Barbarie / Fabricio Dávila

Columnistas, Opinión

Del latín barbaries, esta palabra describe las características de una persona que ignora, actúa con crueldad o se parece a una fiera. También, se refiere un fenómeno, cultura, civilización o persona a la que le falta civilidad, es decir, que vive al margen de los valores.

La guerra contra las estructuras delictivas está declarada. Legalmente las fuerzas del orden tienen el auxilio para actuar de forma contundente. El gobierno alardea su tardía capacidad de respuesta. Mientras, las primeras acciones aparecen magnificadas a manera de propaganda, creada con la finalidad de buscar un cambio de persecución de los ciudadanos.

El Consejo de Seguridad Pública y del Estado (COSEPE), el 27 de abril pasado, decidió catalogar como amenaza terrorista a los grupos criminales que operan en el país asociados al narcotráfico. El decreto ejecutivo que viabiliza esta decisión fue firmado por el presidente Lasso. Ahora, los militares pueden intervenir en operaciones junto a la policía para resguardar el orden público. Este anuncio debería producir un efecto tranquilizador en los ecuatorianos. Cosa que no sucede de forma absoluta. 

Todo quehacer arrastra un efecto. La intimidación y el crimen empiezan a contenerse con armamento letal. Más, los violentos no verán este hecho con las manos cruzadas. Al contrario, las organizaciones aludidas no renunciarán fácilmente al espacio de poder conseguido con sangre.

Retrocedemos a la barbarie, cuando los malhechores atacan sin piedad a otros seres humanos; cuando los delincuentes atentan contra la seguridad y la vida de ciudadanos indefensos; cuando los guardias se enfrenta a tiros con los bandidos y terminan matándolos a vista de todo el mundo; cuando los transeúntes graban y transmiten los enfrentamientos; cuando la impunidad generada por una justicia injusta se desborda hasta el linchamiento público de los agresores; cuando los gendarmes, entre varias personas, echan el cadáver de un ladrón dentro de una furgoneta policial; cuando alrededor de los ajusticiados hay público que aplaude; cuando los twitteros celebran la muerte trágica de los maleantes.

Tal vez los aplausos no sean de alegría si no de apoyo a la labor de la fuerza del orden pública o privada. Lo cierto es que vivimos en medio de una selva de cemento donde la prioridad es sobrevivir a toda costa. Por desgracia, cada día normalizamos más la violencia que nos obliga a escoger entre la vida de los que delinquen o la permanencia en este mundo de los ciudadanos inocentes. (O)

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