Años viejos, año nuevo / Jéssica Torres Lescano

Columnistas, Opinión

Es tradición que en nuestro país el último día del año se realice un ritual de quema de los años viejos. Este ritual, con origen ecuatoriano, simboliza la culminación de un ciclo y el inicio de otro. Ambato del siglo XX también formaba parte de esta lógica del ritual de fuego realizada durante el fin de año. Lo más habitual era la organización barrial o familiar para el diseño, confección y exposición de los monigotes. Al entusiasmo en su elaboración se sumaban los concursos por toda la ciudad. La lista de los ganadores era publicaba en los diarios locales acompañado de sus respectivos premios; circunstancia que motivaba el esmero en su producción.  

Revisar los periódicos locales es descubrir monigotes de la más variada representación. Estos representaban personajes y acontecimientos locales o nacionales que trascendieron durante todo el año. En el periódico El Heraldo de 1965 se describe al monigote del brujo Zaracay ubicado en la intersección de las calles Ayllón y Darquea. Igualmente, con el título de “uno por mil” se representó al monstruo de la delincuencia. Mientras que, en la ciudadela Ingahurco se exhibió toda una composición sobre el corregidor Pastor y sus herederos haciendo alusión a la obra “Llanganati”.

Así como la exhibición de acontecimientos locales, los monigotes muestran además la influencia musical desde otros espacios. A la fotografía del monigote de Los Beatles se acompaña la siguiente descripción: «Los artistas más discutidos y que más han apasionado a la nueva ola, cuyas extravagantes melenas han sido seguidas por muchos de nuestros jóvenes fueron representados artísticamente en la esquina de las calles Lalama y Cuenca» (El Heraldo, 02 de enero de 1968).

En Ecuador, la quema de monigote se acompaña con el testamento del año viejo. Vale la pena recordar el testamento publicado en el periódico Crónica en diciembre de 1949. Este testamento tuvo la particularidad de rememorar el reciente terremoto del 5 de agosto de 1949: “Hijos de Ambato y la provincia linda de Tungurahua. Os hubiera querido dejar como herencia un Ambato próspero y rico. Una provincia magnificente y prometedora. Pero los hados del destino no lo han querido así. La naturaleza traicionera e inesperadamente, todo lo ha reducido a ruinas […] Cinco de agosto fue convertido en un montón de ruinas […] Si algo apreciáis a este VIEJO que se despide, oíd su último consejo. Os lo pido con la más grande de las emociones. Hijos míos de Ambato y la provincia toda de Tungurahua. Sed cuerdos. Sed justos. Sed humanos. Sed hermanos. Hermanos en la desgracia. Hermanos en la grandeza. Hermanos mancomunados para un solo propósito”. Con los recuerdos de la quema de los años viejos, enviamos los mejores deseos para el 2022.  (O)

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