Amar y decapitar / Pedro Reino

Columnistas, Opinión

Ana Bolena no tiene la cara trágica de la reina Catalina de Aragón con que le han retratado entre las seis esposas del Rey de Inglaterra Enrique VIII. La muchacha es una doncella fina, astuta y seductora. Tiene el cuello alto para lucir las joyas y elevar una cabeza de girasol ovalado y cortado a capricho de un obsesionado por su belleza; luce frente despejada, ojos listos y labios finos como un corazón de rosa. Nadie dudaba al verla que había nacido de la aristocracia inglesa. A los 14 años la mandaron a Francia donde permaneció hasta 1521 pensando en refinar su talento. Había nacido en 1501. 

De regreso a Inglaterra fue a dar en la corte como dama al servicio de la reina viuda de Arturo Tudor. Enrique VIII debió haberle puesto sus deseos en la forma de sus labios y haberse seducido por el brillo y la alegría de sus ojos. ¿Esta me podrá dar un hijo varón? A esta me la llevo a la cama, habría pensado “acostumbrado a fáciles conquistas y a escoger caprichosamente a sus amantes. Sin embargo, Ana poseía una voluntad de hierro y una ambición sin límites que no la predisponían a contentarse con ocupar transitoriamente el lecho real  como una cortesana más.” (Grandes Biografías, Océano, p. 204).

Su señora Reina Catalina, la hija de los poderosos reyes de España Fernando e Isabel, preñaba y paría mujeres que el fogoso Enrique las detestaba. ¿Sería que ella le podía dar el ansiado varón para heredero del trono? Pero ella seguramente se aguantaba hasta que el Rey le prometiera  que iba a ser legitimada como esposa. ¿Le habría confesado su pretendiente Rey que quería divorciarse de Catalina? ¿Le habría dicho que su esposa era una mujer maldita porque se había complacido en el lecho a los  dos hermanos Tudor y que por eso no le nacía el varón que deseaba?

Dicen que ella aceptaba sus caricias, que sentía sus barbas en su delicado cuello como un preludio de desenlace fatal. Dicen  que le oía los latidos de su vientre bajo y las digestiones de ese corazón que saltaba reprimido. Le secaba los sudores de su espalda cuando se desabotonaba su falda de varón. Y así “resistió estoicamente las reiteradas solicitudes del Soberano, alimentando al mismo tiempo su fogosidad con inocentes caricias y rechazándolo alternativamente con objeto de incrementar su deseo.” (Grandes Biografías, p. 204). Dicen que solo ella sabía apagar con besos el carbón encendido del Rey.

Hasta que no sabemos cómo llegó  ella a mediados de marzo de 1535 a comunicarle a su amante que se hallaba preñada. Que había sido el producto del día en que el Soberano ni siquiera se quitó su falda.  “Enrique, loco de júbilo, dispuso la ceremonia, que tuvo lugar el 1 de junio en la abadía de Westminster: pocos vítores se escucharon entre la multitud: las gentes veían en ella a la concubina advenediza carente de escrúpulos que había hechizado a su buen rey con malas artes. Tres meses después, la nueva reina dio a luz una hija que se llamaría Isabel y llegaría a ser una de las más grandes soberanas inglesas, pero Enrique VIII no podía saberlo y se sintió muy decepcionado” (Océano, p. 204).

Se cuenta que 20 días después del 7 de enero de 1536 en que murió sola y abandonada la que fue reina Catalina de Aragón, Ana Bolena había parido por segunda vez un hijo varón, pero muerto. Decepcionado el Rey no quiso ni siquiera verlos a su madre y a su crío. Indudablemente que el Rey era ya un caso patológico.

Vinieron las intrigas y la idea del rey de volver a casarse hasta que una nueva mujer le diera un hijo varón. Ana Bolena  “fue acusada y apresada por adulterioincesto y cualquier otra razón que permitiera a Enrique casarse con alguna otra y procrear legítimos herederos varones; fue decapitada. Antes de su muerte bromeó al verdugo: «No te daré mucho trabajo, tengo el cuello muy fino». Era un 19 de mayo de 1536. (O)

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