Aferrarse al positivismo humanista

Columnistas, Opinión

En el siglo diecisiete el gobierno de Estados Unidos designó alguaciles como autoridad investida de todos los poderes del Estado. Cada alguacil recorría, a lomo de caballo, el territorio de su jurisdicción, equipado con alforjas llenas de documentos oficiales y de revólveres.

El alguacil seguía «chaquiñanes» o simplemente dirigía sus pasos hacia la columna de humo de algún fogón colonial. Los colonos explicaban a la autoridad que se radicaron en el lugar porque se rompieron las ruedas de sus carretas o murieron los caballos. ¿Tienen un nombre para este lugar? «No», respondían los colonos. Cuando llegaron aquí ¿llovía o hacía sol? «Hacia sol» Entonces, «Soleado» es el nombre del pueblo. El bautizo quedaba consumado, legal y constitucionalmente, per secula seculorum.

El colorido original de aquellas circunstancias, hace que haya pueblos con el nombre de «Sin Nombre», por absurdo que suene el caso. De inmediato el alguacil designaba comisario al individuo de mejor puntería del grupo y le entrega un revolver oficial: «El salario lo recibirás cuando yo vuelva a pasar por aquí».

Fue el revólver el arma que otorgó autoridad, poder, al comisario. Poder que se expandió al lejano Oeste de los cowboys, donde los comisarios disparaban a matar a los quebrantadores de la ley. Los ciudadanos resolvían ofensas mediante duelo armado, legal. Los ladrones eran colgados en la horca, soga amarrada al árbol más cercano, etcétera.

La Constitución consagra el derecho de los estadounidenses a la tenencia de armas. Todos los intentos por limitar ese derecho han sido rechazados por los tribunales. Hoy se puede comprar armar inclusive por correo.

Un buen porcentaje de esas armas influye en el mantenimiento de seguridad en la sociedad.

Lamentablemente vivimos en un mundo violento. Sólo las armas imponen algo de disciplina en hombres degenerados, delincuentes comunes y especializados, personajes concupiscentes de la política, de la burocracia agresiva, etcétera, etcétera…

A los marchantes comunes no nos queda otro camino que aferrarnos al positivismo humanista que felizmente si existe…todavía! (O)

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