¡Adviento! / Gabriel Morales Villagómez

Columnistas, Opinión

 

Adviento nos trae un tiempo de preparación y de esperanza, en donde toda la creación y la humanidad buscan darle sentido a la vida, en torno al que está por llegar, Cristo Jesús.

Adviento es tiempo para llenarnos de fortaleza y emprender en nuevos propósitos, curar las heridas del alma, dejar atrás los tropiezos y caídas, levantarnos y seguir el camino de salvación, que es el sendero Cristo.

No hablamos de regalos, ni de suntuosos banquetes, festejos desmedidos y peor de borracheras, hablamos de una preparación especial para la llegada del Salvador, quien  viene para cambiar la historia de la humanidad. En su nombre debemos llenarnos de gracia y vivir ésta espera en comunión.

Nos disponemos a recibir al niño Jesús, así como cuando nos preparamos para recibir a un hijo que está por nacer: nueve meses de espera ¡Cuántas emociones! ¡Cuántos cuidados para la madre! Y al mismo tiempo cuanta responsabilidad para el padre y el entorno familiar.

Los preparativos para el advenimiento nos llenan de alegría, la dicha nos envuelve y en la espera no descuidamos ni el más mínimo detalle. Para la familia la espera de un niño se convierte en una vigilia de renovación permanente, de ilusiones, de esfuerzo y sacrificio.

La madre al sentir al niño dando pataditas en su vientre, vive emociones indescriptibles, mientras que el padre parece enloquecer de tanta felicidad y no descansa en ofrendarles cuidados y atender sus caprichos.

 

Así mismo, ante el nacimiento del hijo de Dios, con la misma emoción y alegría deberíamos esperar su presencia entre los hombres, prepararnos con reservas  espirituales que renuevan y dan sentido a nuestra vida.

Cada día pidamos al Señor que nos llene de esperanza y nos impulse  a ser mejores personas, a luchar por una nueva sociedad, inclusiva, justa y sin violencia, pidamos porque en el estribo de la claridad, cuando el descanso nos recoja, tengamos el pan de cada día extendido en la mesa. Pidamos a Dios que los niños puedan nacer en paz y las mujeres nunca sean víctimas de la violencia, que los hombres puedan trabajar con libertad.

 

Que el niño Jesús nos colme de bendiciones para poder formar una familia  cristiana, que sea como una pequeña Iglesia doméstica, que disfrute del recogimiento, de la interioridad y del compartir generoso entre sus miembros.

 

Que Dios nos de la disposición de tener verdaderos maestros; que nos enseñen la verdad, la necesidad del trabajo; de la preparación; del estudio; de la vida interior personal y  de la oración.

 

Ahora más que nunca necesitamos construir familias  que cultiven valores y el servicio a los demás, que vivan en comunión de amor, con su belleza simple y austera, su carácter sagrado e inviolable, como la familia de Nazaret.

En este tiempo de preparación necesitamos aceptar nuestra naturaleza humana, hombres con fortalezas y debilidades, aceptar sin amarguras las cosas que no podemos cambiar, ser tolerantes con los demás, aprender a perdonar aunque no nos pidan perdón; a dar sin recibir. (O)

 

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