Actitudes

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A un hombre en la iglesia le sonó su teléfono por accidente durante la prédica interrumpiendo abruptamente la misa. El cura lo regañó, los diáconos le lanzaron indirectas, algunos feligreses lo amonestaron y su esposa siguió sermoneándolo sobre su descuido todo el camino a casa; se podía ver la vergüenza en su rostro. Nunca más volvió a pisar la Iglesia. 

Esa misma noche se fue a un bar y puesto que aún se encontraba nervioso y temblando derramó su bebida en la mesa por accidente. El mesero se disculpó y le dio una servilleta para que se limpiara, en seguida trapeó el piso, el gerente le ofreció una bebida de cortesía mientras le daba un gran abrazo y le decía: «No se preocupe, hombre, ¿quién no comete errores?». Desde entonces no ha dejado de ir a ese bar. 

Como en esta historia, la razón por la que en muchos casos las personas terminan yendo por el mal camino es porque en sus propias casas, en su propia familia, donde se supone deberían recibir amor y perdón (como en la iglesia) no pararon de regañarlos y humillarlos por algún error, eso los condujo a lanzarse al otro extremo: a integrar bandas delictivas, organizaciones criminales y partidos políticos afines a ellas donde sí pueden derramar bebidas libremente porque saben que habrá comedidos que se acerquen diligentes con una servilleta a secar el accidente.  

Comienzan entonces a frecuentar el bar con la intención ya no de ahogar alguna esporádica frustración o desencanto sino de alimentar la gula. Allí es cuando la historia empieza a parecerse a la de los narco-delincuentes, donde correístas y socialcristianos vestidos de cantineros los reciben con los corazones ardientes para prestos secar todas sus tiraderas. Los narcos sienten enseguida que encajan, que ese es su lugar y sobre todo, que siempre contarán con el abrazo indulgente del poder político. 

Así, nutridos por la misma sangre, compartiendo los mismos órganos y soldados desde las entrañas, narcos y políticos se unieron en un solo cuerpo siamesco, resultando imposible diferenciar quién es quién y quién hace qué: a veces los narcos hacen de serviles cantineros, otras los políticos de humillados bebedores y viceversa. Lo cierto es que esa repugnante masa de carne, huesos y sucios fluidos asiste a diario a un hemiciclo convertido en prostíbulo para, por un lado, emborracharse con dinero fácil e impunidad y por otro, tratar de parecerse al cura de la iglesia que desde el ático pretende imponer moral con autoritarismo, gritos y humillaciones. 

A veces nuestra actitud hostil de creyentes aleja a las almas de la iglesia y una gentil de cantineros las atrae al antro, por eso, si bien es importante tener una actitud de dignidad y respeto en el trato a nuestros congéneres, no lo es menos saber escoger con quién juntarse.(O) 

mariofernandobarona@gmail.com 

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