EL JUEGO DEL SUSURRO

Columnistas

El profesor caminó por el aula y susurró al oído de cada estudiante señalándole si este era una bruja o simplemente una persona normal. Después dijo: “Formen el grupo más grande sin una bruja. Si hay, aunque sea una bruja en su grupo, todos quedarán suspendidos.”

Enseguida, toda la clase se llenó de desconfianza. Empezaron a interrogarse entre sí: “¿Eres una bruja? ¿Cómo sabemos que no mientes?” Se formaron grupos pequeños y exclusivos. Rechazaban a cualquiera que pareciera inseguro o nervioso o que diera la más mínima señal de culpa. De pronto, todos sospechaban de todos. Susurros. Dedos acusadores. Miradas torcidas. La confianza se perdió totalmente en cuestión de minutos.

Finalmente, el profesor habló: “Bien, es hora de descubrir quiénes han suspendido: Brujas, levanten la mano.” Nadie lo hizo. Entonces, soltó la bomba: “¿De verdad, había brujas o simplemente todos creyeron lo que se les dijo?”

La clase entera se quedó en silencio. Comprendieron que no se necesitó ninguna bruja para causar daño. El solo miedo ya había hecho su trabajo, y la desconfianza, producto del juicio, había dividido toda la clase y convertido en un caos total.

Pregunta: ¿No es exactamente eso lo que vemos hoy en día con muchísima frecuencia con otras palabras y el mismo juego?: En lugar de “brujas” ahora juzgamos a alguien (incluso a nosotros mismos) en base a nuestra personalísima percepción: cómo viste, cómo camina, cómo piensa, cómo habla, el aspecto de su cuerpo, un gesto, una mirada, su forma de ser. Las etiquetas cambian, pero la táctica es la misma: infundir miedo, sembrar desconfianza, acusar, dividir.

El peligro nunca fue la bruja. El peligro es el rumor, el susurro, el miedo, el juicio.

Este juego escolar fue basado en la historia real de “Las brujas de Salem” ocurrida en 1692 en la aldea de Salem, Massachusetts, EEUU, en el que hubo una serie de juicios por brujería donde la histeria colectiva y el fanatismo religioso llevaron a la ejecución de personas inocentes acusándolas injustamente de brujería.

Cada vez que juzgamos lo hacemos desde el papel del acusador que se siente temporalmente libre de culpa, una especie de “santo”, sin darnos cuenta que ese sentimiento pasajero se da a costa del sacrificio ajeno.

Atacamos (juzgamos) porque el ego utiliza este recurso para crear una falsa sensación de unión contra un enemigo común, evitando así, mirar nuestro propio vacío interior.

Este es un ejemplo histórico, lamentable pero contundente, de cómo el miedo y la proyección de culpa pueden destruir una comunidad entera, de la misma manera que destruimos la nuestra con nuestros propios susurros.

No juegues al “juego del susurro” porque en el momento mismo en que salimos a cazar brujas, ya hemos perdido.

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