Que el 2026 sea mejor para todos

Columnistas, Opinión

Muchas veces nos cuesta entender y aceptar que lo que damos, recibimos, y que lo que sembramos, cosechamos tarde o temprano. Las emociones, las rutinas, el día a día ajetreado, las responsabilidades, el peso de la adultez, las anomalías convertidas en normalidades, el agotamiento colectivo frente a las injusticias, el caos y la calma, la paz y la guerra, el bien y el mal… todo eso lo hemos experimentado.

Este año que termina ha sido un año de pruebas y profundas transformaciones. Energéticamente, ha estado marcado por la incertidumbre; numerológicamente, fue un año 9, asociado a cierres, desapegos y preparación para un nuevo inicio o renacimiento. El 2026, en cambio, será un año 1: el comienzo de un ciclo poderoso, cargado de impulso y nuevas posibilidades.

El año 1 trae consigo la fuerza de creer nuevamente: creer que los nuevos comienzos son posibles, que los proyectos pueden florecer, que los emprendimientos pueden prosperar y que somos capaces de iniciar con determinación un nuevo ciclo de nueve años. Además, estará marcado por el Caballo de Fuego en el horóscopo chino, símbolo de energía, movimiento y transformación, una invitación clara a romper estructuras obsoletas e iniciar aquello que hemos postergado y que seguro será para mejor.

Para quienes tenemos fe en Dios, existe una promesa que nos sostiene y nos recuerda que nada es estático:
“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto y ríos en la soledad” (Isaías 43:19).

Recordar que no solo somos materia resulta fundamental. Reconocer que nuestra energía debe fluir allí donde existe armonía es clave para avanzar en nuestros propósitos. Desde la enseñanza espiritual, Saint Germain compartía afirmaciones poderosas a través del “YO SOY”, integrando la palabra con la intención: “Yo soy la llama violeta que transmuta y libera todo lo que ya no resuena con mi evolución”“Yo soy el poder de Dios en acción, manifestando la perfección”. Estas y muchas otras prácticas metafísicas y espirituales nos recuerdan que somos creaciones divinas: una expresión micro de un macro infinito al que pertenecemos y al que, finalmente, regresamos.

Como lo enseñó Jesús —gracias a quien celebramos la Navidad—, más allá de cualquier religión, comprender el amor nos permite entender con mayor claridad nuestra misión en este plano terrenal. Todo se resume en un principio esencial: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

Sí, la vida no es color de rosas. Existen momentos difíciles, confusos, etapas en las que no encontramos respuestas y nos preguntamos por qué nos ocurre lo que nos ocurre. Sin embargo, es justamente allí donde el enfoque debe cambiar: dejar de preguntar “¿por qué?” y empezar a preguntarnos “¿para qué?”. En nuestra vulnerabilidad también habita la capacidad de soltar aquello que no podemos controlar.

Hoy, al cerrar este año y mirar hacia el 2026, quiero recordarles algo esencial: cada uno de nosotros tiene el poder de elegir con qué energía camina, qué valores defiende y qué semillas decide sembrar. Que el próximo año nos encuentre más conscientes, más empáticos y más comprometidos con el bien común. Porque cuando el cambio comienza en lo individual, su impacto inevitablemente alcanza a lo colectivo. Que el 2026 sea, verdaderamente, mejor para todos. (O)

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