Emergencia permanente

Ecuador vive emergencia permanente y el sector salud no es la excepción. Pero, hemos alcanzado el límite: la crisis sanitaria no puede ser vista como un hecho coyuntural. Es estructural, profunda y, lo más grave, normalizada.
Para acelerar la adquisición de medicinas, el Gobierno declaró una emergencia en el sistema de salud, con la esperanza de solucionar el desabastecimiento crónico. Una vez que el plazo finalizó, el optimismo gubernamental contrasta con la realidad: habría sido ejecutada una pequeña parte de los cerca de 50 millones destinados. Fue necesario extender la emergencia por 30 días más, como si el problema de fondo fuera el tiempo, no la gestión.
En tanto, la situación en los hospitales no ha cambiado: estantes vacíos, insumos incompletos, pacientes que adquieren incluso las jeringas, contrataciones a dedo, no hay turnos, quirófanos en decadencia… La palabra «emergencia» está desnaturaliza. Los ciudadanos la viven todos los días. La precariedad se volvió rutina.
La crisis deja de ser estadística cuando se vuelve tragedia. El deceso de varios niños en Taisha, en la Amazonía, muestra algo inaceptable: la distancia geográfica no debería afectar el derecho a la vida. Desde noviembre de 2024 a diciembre de 2025 ocho niños murieron debido a «problemas estomacales por un agente infeccioso de naturaleza desconocida». Las alertas epidemiológicas fueron tardías y las respuestas del Estado aún más. El sistema no está en crisis: está desmoronándose.
Como si eso no bastara, 37 de 40 prestadores externos del IESS han suspendido servicios por falta de pagos. La salud depende de la paciencia y capacidad financiera de clínicas privadas para seguir atendiendo. El Estado no está honrando ni sus deudas ni sus obligaciones.
A este cuadro se suma otra herida. La falta de empatía de algunos servidores. El caso reciente de una madre que recibió el cuerpo sin vida de su bebé en una caja de cartón en el hospital de Macas muestra que no todo se resuelve con medicamentos o insumos. Por situaciones de este tipo, cabe decir que, el sistema de salud no está desfinanciado, sino descompuesto.
El país no puede seguir con emergencias declaradas como parches de última hora y no es lógico ni técnico remendar un sistema colapsado. Más que decretos necesitamos decisiones valientes, liderazgo técnico y compromiso ético. Cuidar la vida no es un trámite burocrático; es una obligación que no admite excusas. (O)
