Agua y poder en el incario

Partamos de una aseveración de criterio histórico para Tungurahua que vive a expensas de sus acequias para el regadío. El agua siempre significó poder político en Tungurahua. Los indígenas pre incas ya tenían abiertas acequias para llevar agua a sus sembríos. Los incas los habrían secundado, y finalmente los encomenderos coloniales se apropiaron y abrieron más canales para beneficio personal. Ahora se dice que el agua es del Estado, pero este aparato manipulador lo que ha hecho es suplantar a la práctica del latifundismo colonialista, puesto que los Estados no son sino haciendas de las élites de poder antes que un ente preocupado por el desarrollo del agro andino. El agua sirve para aplicar impuestos y extorsiones. Con las dependencias a las acequias se manipula a una masa vulnerable.
Resulta una lectura extraña lo que ahora voy a reseñar de Tom Zuidema, un etnohistoriador, antropólogo holandés que ha hecho trabajo de campo en el Perú (libro Reyes y Guerreros, Lima, 1981). En lo puntual habla de Ceques (especie de ases luminosos direccionados por los rayos del sol) donde se puede ir verificando toda una mitología entre las dinastías que impusieron un imaginario de ritualidades ligadas a las acequias y al beneficio de ayllus, quienes dependían de determinadas acequias. Impusieron con este criterio su eje de control de dependencia a quienes se beneficiaban del riego, como quien dice, dentro de esa proyección geográfico-luminosa.
Cuando un sacerdote de la localidad de Ocros en el valle de Pativilca, encontró una momia de un curaca, se dio cuenta que estaba rodeada de otras momias de sus descendientes. El relato mitológico dice que el inca le promovió de rango a la momia “porque había construido un canal de riego, organizando la fuerza de trabajo de los pueblos circundantes. A cada pueblo le correspondía la construcción de una sección del canal”, explicando que la acequia pasaba por precipicios difíciles.
Lo que resulta impactante de esta historia es que el curaca fue promovido en su rango, puesto que una hija suya fue escogida para “aclla”, es decir, “de cuerpo inmaculado” y fue llevada al Cusco. Cuando le devolvieron a la muchacha a su lugar de origen, regresó como “capac hucha” (con mancha real) destinada a ser enterrada viva. El padre ejecutó la orden del inca en tierras situadas cerca del pueblo y que pertenecían al monarca. Dichas tierras se encontraban en lo alto de una montaña que “cuidaba” el paso del canal, garganta abajo”. Desde entonces los pueblos la recordaban y veneraban como “diosa de la fertilidad agrícola”.
El lector puede racionalizar el mito bajo las aristas de la manipulación: El haber arrancado a la muchacha de su seno familiar y comunitario. El haberla destinado al sarcasmo de ordenar su enterramiento estando viva, bajo el argumento de regresarla como “mancha real”, calificada así por la nobleza quien sabe por qué razones. Amparados en la manipulación emocional pos mortem tenemos dos entes que sacrificaron sus vidas para convertirse en figuras veneradas. El dato que no puede quedar suelto es el que la muchacha fue sepultada “en tierras del monarca”. El mito nos lleva a la conclusión de que tierra y agua eran controlados por los jefes dinásticos o reyes del incario.
El investigador dice que en el año 1977 visitó las ruinas del canal de riego y el lugar de sacrificio de la “virgen”, que todavía eran visibles. En conclusión, dice que tomaron aguas de un río para llevarse por una acequia desde puntos difíciles y que el “Estado” controlaba a las poblaciones beneficiarias que terminaron míticamente adorando la tumba de la Capac Hucha que era visible desde las partes altas próximas a estos pueblos, comprobando su teoría de los ceques. (O)
