El gusto por la camorra

Columnistas, Opinión

Sorprendió a los americanos que seguían el desarrollo del Congreso Internacional de la Lengua Española, en Arequipa, el encontrón entre dos personajes ubicados en el vértice de la cultura iberoamericana, el Presidente de la Real Academia y el Director del Instituto Cervantes, provocado por éste, el poeta Luis García Montero, que llamó a Santiago Machado, un simple jurista dedicado a manejar grandes negocios desde su despacho legal, descalificándolo como Presidente de la Real Academia de la Lengua Española. La arremetida del vate en contra del jurista, en cambio, no llamó la atención a los españoles, acostumbrados a la camorra verbal y al ajuste de cuentas en los cenáculos más altos del poder y de la cultura. Las dos posibles explicaciones al ataque iniciado por el versificador serían, en primer lugar, el resentimiento del poeta con los integrantes de la Real Academia por no haberle permitido ser parte del grupo de filólogos, y, en segundo lugar, el cumplimiento de una disposición del gobierno socialista, del cual depende el Instituto Cervantes.

En las Cortes españolas, donde está radicado el poder legislativo, es un espectáculo ver los cruces de palabra entre el Presidente del Gobierno y sus dos opositores conservadores o de derecha, unas veces con estilo, ingenio y dosis de buen humor, y otras, con procaces insultos, que ni siquiera se escuchan en la Asamblea de Ecuador. En las horas de mayor efervescencia, los opositores no se han detenido para insultar a la esposa y al hermano Presidente del Gobierno y a él mismo, con calificativos impublicables, vinculándoles con tráfico de influencias en gestión de negocios y puestos e, inclusive, con el aprovechamiento, en el pasado, de saunas y salas de masaje dedicadas al proxenetismo. El Presidente ha respondido con la misma dureza pero con un lenguaje menos procaz.

Ese gusto por la camorra verbal en los cenáculos del poder y de la cultura no es exclusivo de los españoles. En América Latina es común el espectáculo del insulto, no de la crítica inteligente, fina, penetrante. En otros idiomas, los estadounidenses, los franceses, los ingleses, los italianos, los rusos, los chinos y los apacibles japoneses, no se quedan atrás. 

En la Asamblea ecuatoriana se ha tratado de refrenar esos impulsos verbales con infracciones y sanciones por cualquier palabra subida de tono. Basta que un honoroble se sonroje para que el causante sea procesado. Al final, lo que se ha conseguido es que pocos, con talento, intenten hacer una crítica, mientras la mayoría lee discursos tibios, vacíos y soporíferos. Sería aconsejable que se mire como funcionan otros congresos para que deje de ser tan aburrida nuestra Asamblea. (O)

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