JOHATSU

¿Ha pensado alguna vez en desaparecer por completo, romper absolutamente todos los lazos con su vida actual y empezar de cero en otro lugar? Si nunca lo consideró, plantéese ahora si le atrae la idea.
Pues resulta que esta posibilidad existe realmente y puede llevarse a cabo sin mayor problema. En Japón, por una suma de dinero, usted puede convertirse en un Johatsu («evaporado», en español), un fenómeno social donde una persona decide desaparecer de su vida cotidiana: abandonar hogar, familia, amigos, posesiones, cuentas bancarias, trabajo, ciudad y apariencia física para empezar de nuevo sin dejar el menor rastro.
Las razones son varias: deudas, vergüenza, presión social, abusos, etc. En cualquier caso, quienes lo hacen buscan desesperadamente borrar el pasado y reinventarse en el anonimato. Es su última carta en el tormentoso juego de la vida, donde muchas veces la sociedad misma hace de verdugo por las fuertes expectativas y exigencias.
Planteo este escenario sorprendentemente conmovedor (y real) porque a través de él quiero que caigamos en cuenta de algo muy frecuente en nuestra conducta humana. Para el efecto, le invito a responder: ¿Cómo ve la posibilidad de volverse un Johatsu? ¿En realidad, evaporarse sería la única salida? Muchos dirán que sí porque nadie sabe el suplicio que esa persona estará viviendo y esta podría ser una oportunidad para resurgir; otros dirán que no, porque lo mejor siempre será enfrentar la situación por más difícil que sea y no evadirla de una manera cómoda y cobarde.
Pero, dada la complejidad del tema y buscando responder con objetividad, debemos primero dimensionar las cosas con sinceridad. Plantéese lo siguiente: ¿Quién soy yo para juzgar que esto o aquello es bueno o es malo? ¿Bajo qué precepto sentenciamos conductas y hechos como correctos e incorrectos? ¿En dónde está la norma que indica que las cosas así están bien y las cosas asá están mal?
Decir que estamos de acuerdo o no con la decisión de los Johatsu (o de cualquier otro cuestionamiento en la vida por más grande o pequeño que sea) es reducir un universo a mi particular punto de vista. Y esta visión extremadamente reduccionista es la que empleamos prácticamente en cada decisión que tomamos en el día a día, decisiones que, por cierto, proceden de lo que creemos ser y representan el valor que nos atribuimos a nosotros mismos.
Por lo tanto, desde su gestación las decisiones nacen sesgadas (consciente o inconscientemente) por creencias intrínsecas a las que vemos como la esencia de lo que somos. Le damos todo el valor a lo material, a las formas, al cuerpo y a cualquier aspecto superficial, creyendo ciegamente que estas nos definen.
No somos creencias, en lo absoluto. Nuestra verdadera esencia es la posición humilde, interesada y curiosa que intenta entender desde qué perspectiva está mirando las cosas la otra persona. Eso se llama compasión. Amor. Eso somos.