El culpable soy yo / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Superado el impacto exógeno de marchas, gritos, palos y bombas, concentrado en el rincón del alma, he advertido que el único culpable de lo que al final me pasa, sólo soy yo.

Y, como seguramente a ustedes les suceda, me ha costado mucho llegar a esa conclusión. Porque durante toda mi vida, estuve, al igual que ustedes, expuesto a convivir en un ambiente en el que, el causante de todos los males, siempre era otro, alguien que no conocía, o que estaba muy lejos, o que había vivido mucho tiempo antes, y que solo era refrendado en alguna parte de la historia, al que muchos lo llamaban «imperio», «dominador», «usurpador» o algo por el estilo.

Por esas cosas raras del destino, tiempo atrás, fui convocado por mi maestro de literatura a leer a un escritor alemán, Carlos Marx, y a uno escocés, Adam Smith. La teoría de los sentimientos morales, La riqueza de las Naciones, y, El Capital, llegaron a mi memoria. Y generé, equivocadamente o no, en mi pensamiento, una suerte de balanza ideológica, que más tarde y paulatinamente, se iría despejando y aclarando. Mejor aún, complementando y abundando.

Ahora, en la pacífica hora de la tarde, cuando hasta el ruido de las aves se ausenta y el recuerdo, empieza a hacer de las suyas, ese balanceo de las ideas me ha movido a imaginar en el hecho circunstancial de la culpabilidad, precisamente a partir de aquel ambiente difuso de descargo en los demás.

Pero, escuchando esas voces de la oferta barata y populista, motivado simultáneamente, por aquella otra, como la que acaba de silenciarse, incansablemente demócrata, realista y patriótica, no he podido menos que abandonarme a reflexionar en lo primero que he dicho, para intentar acercarme a saber, quién es el culpable de lo que ecuatorianamente nos sucede y con frecuencia, cíclicamente se repite.

Al final, he decido echarme a mí mismo la culpa, por no haber sacudido a tiempo esos ropajes con los que cohabitamos en este territorio tan noble y digno de otra suerte. 

Porque nos acostumbraron -a fuerza de insistencia- a ver la paja en ojo ajeno y nunca la viga en el propio. Y por lo mismo, el comportamiento pedigüeño y el modismo de la yapa, y la exquisita forma de repetirnos pobres, y de abrigar en la envidia la esperanza de dejar de serlo, sólo ha acentuado, en todos nosotros, una forma derrotista y abandonada de supervivencia, echando a los demás la culpa de nuestros males, sin reconocer la parte o lo mucho que nos corresponde. 

Invadidos y dominados desde el incario; la conquista, la gesta libertaria y la república, no han sido sino episodios concentradores del mismo sentimiento, del que jamás hemos podido desprendernos.

Y no terminamos de hablar de igualdad, libertad y fraternidad, actualizándolo a género, feminismo y preeminencia. 

Y seguimos siendo dueños de todo y de nada. 

Solventes y conspicuos demandantes de favores y paralelamente reticentes cumplidores de obligaciones. 

Amantes de la expresión solidaridad y cuestionadores a ultranza de la palabra respeto. 

Creo que hay algo que definitivamente debe cambiar… ¡Nosotros!

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