Panorámica Estacional / Guillermo Tapia N.

Columnistas, Opinión

Obsesión, atada a la necesidad de justificación, deriva en la invasión del razonamiento hasta encontrar una ‘cuestionable’ forma de endilgar culpabilidad a quien -no teniendo nada que ver en el tema- termina por ser titularizado del mismo gracias a una imprudencia ciudadana.

Hay sujetos a los que “ les cuesta reconocer valores, les cae mal o presumen que en algún momento -determinada persona- les puede causar daño y, probablemente impedir su progreso profesional, familiar o cosa parecida”.

Estos conciudadanos son de preocupación y esa forma de adjudicación baladí, gratuita, forzada y discriminatoria, es perniciosa y grave. Más, cuando en esos afanes irracionales de reconocimiento y posicionamiento, se desconoce todo, hasta el ordenamiento político normativo y se pretende alcanzar – en otras instancias- prebendas que van en dirección contraria a sus iniciales presupuestos y manifestaciones.

Cierto que, actuaciones como esas son, así de molestas, nocivas e insanas para la nación, tanto como puede ser y de hecho lo es, cerrar los ojos desde la justicia para esconderse en el formulismo del papeleo, aún cuando existan otras evidencias que, publicitadas en redes, agitadas al viento y explicitadas de viva voz, reenviadas y retwiteadas, fehacientemente aporten o demuestren una condición previa distinta o una actitud delincuencial o el cometimiento de una probable infracción o un delito y, sin embargo de ello, fiscales y jueces cubran sus pupilas para no ver, tapen sus oídos para no escuchar y cierren su mente para no pensar y dejar de actuar en correspondencia.

Y es que finalmente el papel (léase por igual «el dispositivo») aguanta todo. Y si en el papel o en el ‘cel’ no se le dice qué hacer, por qué y para qué, entonces lo más fácil es no hacer nada. De esta manera, el sujeto inmóvil, cuida su status, no hace olas, no se identifica a plenitud y por contrario, pasa desapercibido en cuanto a sus pertenencias, preferencias y debilidades.

¡Es la conveniencia del ostracismo visual y conciencial en su más burda expresión, puesta de manifiesto!.

Entonces transgresores, agresores o delincuentes, quedan sin sanción y libres más pronto de lo imaginable y, la comunidad, absorta, sintiéndose desprotegida, no entiende que sucede. Las explicaciones de los letrados, no satisfacen la preocupación de la gente, como tampoco evitarán el morbo que se desliza entre las comisuras de los labios de los sujetos “intocables en derechos”.

Cada vez y con mayor insistencia, la inescrupulosa “participación-participativa” de la que ahora tanta gala se hace, aborda la honra y la dignidad de las personas con tal desparpajo que, cualquier día y en cualquier momento, usted puede terminar siendo «hijo de vecina» sin siquiera haberse enterado.

En tiempo de pandemia electoral, la cosa se pone más agresiva y recurrente. Los llamados trolls  se erigen en el invitado no deseado de las campañas y simultáneamente en los mas asiduos seguidores de aquellas a las que tanto odian y aborrecen. Son en realidad fanáticos no convencionales actuando por encargo o paga para posicionar una idea, develar un demérito, un defecto, una falencia, un error, una equivocación o una deficiencia: física, moral o ética. ¡No importa!. La que sea o la que finalmente se la invente. Total, lanzada y reproducida, el lodo no termina de salpicar y es más difícil limpiar la suciedad que enarbolar un ápice de credibilidad.

Todo esto que ocurre, parece inevitablemente conducirnos o, por lo menos sugerirnos, a que intentemos -como sociedad- un proceso de reflexión, un proceso de revisión (consciente y pragmático) de nuestro fuero interno y por qué no, incluso uno histórico de nuestra sociedad, de nuestra realidad, para redescubrirnos y de ser posible enmendar o corregir, evitando caer en los negacionismos per sé y en la propaganda como alternativa secuencial de ese proceso.

La intolerancia está haciendo de las suyas, tanto como la exagerada vanidad de los derechos que, en cascada, han sido otorgados a toda una comunidad sin ninguna contraprestación de obligaciones o cumplimientos. En este ambiente, los niños, los jóvenes e incluso algunos adultos, se están acostumbrando solo a pedir y exigir. Han perdido, de a poco, el reconocimiento como capacidad para identificar el valor intrínseco de las cosas y lo dulce que es: luchar, alcanzar y triunfar en la vida.

Así como van los temas, nada raro sería que hasta vayamos perdiendo la razón de vivir. Y eso, ¡no puede ser!.

En esas condiciones, limitados por el enclaustramiento, deficitarios de  conocimiento, influenciados por la masiva actividad de los trolls, atiborrados de sonidos, ofertas y facilísimos, embrujados por las imágenes y los colores, incorporados a las apariciones de los prestidigitadores e inmersos en la ceguera jurídica y en la vanidad política que juega a las escondidas, camuflada en las encuestas, ¿qué más se puede pedir a una sociedad que se siente y pervive invadida e indefensa?.

Acaso ¿…intentar razones ingeniosas que les permita subsistir, retormar otras prácticas ancestrales, atribuir sus propias conclusiones a otras fuentes que digan lo contrario a lo que sostienen los trolls del negativismo, impedir que se manipulen series estadísticas para apoyar esos falsos puntos de vista y sostener, con estoicismo y convicción, su condición de defensa de la libertad y la democracia, en procura de que se suceda el cambio tan anhelado?.

¡En realidad no lo sé!. Quizás ocurra algo más sencillo como reconocer con paciencia la verdad y separarla de la mentira. Hecho, conversar con los suyos y resolver apoyos ciertos a quien hable con sinceridad.

Con solo eso, el país ya habrá ganado. El desafío es colectivo y no privilegio de unos pocos. ¡Ecuador lo hacemos todos!. (O)

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