Cavilaciones inagotables / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



En 1990 surgió una avalancha de opiniones sobre si el siglo XXI comenzada el uno de enero del año 2000, o el uno de enero del 2001. Esas discusiones parecen que ocurrieron solo hace unos meses ¡Qué barbaridad! largos años transcurridos en un tris, de un solo tiro. Con razón, los guambritos de hace un montón de abriles estamos de bajada en la rodada, o sudando la gota gorda para subir la cuesta de Ambatillo. Sin embargo, la vida sigue su curso y los marchantes comunes intentamos analizar, con optimismo, una sarta de circunstancias.

 El Ecuador ha tenido un tráfico humano desde cuando el territorio era más campo agrícola qué ciudad. Naturaleza donde no faltan las serpientes, la viuda negra, escorpiones y mosquitos picadores; contrabalanceando por la sorpresa de la ortiga negra de la serranía.

Durante siglos, la cultura de nuestro patio ha sido moldeada por aborígenes primitivos, conquistadores españoles, colonizadores, hacendados, terratenientes, campesinos cultivadores de maíz, mineros, pescadores, cazadores. Cada caminante ha dejado su huella aquí.

Lo que una vez fue el pequeño centro cautivador de civilización agrícola ha variado con el empuje positivo de los años. Hoy tenemos edificios modernos, carreteras, aeropuertos, universidades, hospitales. El contraste del clima es notorio. Sequías y lluvias; después vienen los vientos. La granizada no es nada raro. Ascender a los volcanes andinos es ubicarse en la cima del universo.

Es un sistema balanceado de dones portentosos que hace que a uno, o a todos, gusta el país. A mí me encanta mi país -antes y después de errar por el mundo-. Hay algo aquí que sostiene mi espíritu y me impulsa hacia arriba.

Uno sale al campo rústico, natural, siente que todo lo maravilloso, todo lo que el hombre ambiciona, está aquí. Está aquí hoy, y seguirá aquí por los siglos de los siglos, si nos comprometemos a amar y cuidar estos milagros… Adán estaría envidioso del paraíso Ecuatoriano.  Eva saltando y saltando hasta alcanzar una manzana Emilia de Huachi…

Deja una respuesta