Tres enemigos / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

 

Se dice que a la mayoría nos cuesta ser felices y es quizás porque creemos que la felicidad es estar alegre, riéndose, contento y conforme con todo, pero más bien parece ser que la felicidad tiene que ver con estar sereno, ya que la serenidad es estar en el camino que uno eligió así no nos vaya tan bien en el sentido material. Pero en la escala de niveles económicos, en la cadena de la voraz insatisfacción humana ¿qué es estar bien? El dueño de una telefónica móvil que tiene su yate de 25 millones de dólares para el fin de semana quizás se sienta miserable ante el yate de un famoso futbolista que tiene uno de 65 millones de dólares atracado en el puerto de Mónaco.

Con sobredosis de un perversamente impuesto analfabetismo emocional, penosa característica de nuestra cultura occidental, nos castigan tres enemigos principales de la felicidad: el miedo, la vergüenza y la culpa, es decir todo aquello que no nos deja ser como realmente somos. Si permitimos que estos tres enemigos nos invadan, nos harán sentir miseria, pereza, conformismo y siempre masticaremos intencionales ignorancias embebidas de remordimiento por las desigualdades, características propias del ser humano.

Hay quienes se ven tan apoderados de estos enemigos que aturden las calles, generando violencia y haciéndoles sudar desconcierto, amenaza y miedo a todo transeúnte. Como dice Eduardo Galeano: “Un miedo que da miedo del miedo que da. Un miedo que está por donde se respire porque, si amamos tendremos sida, si respiramos tendremos contaminación, si comemos tendremos colesterol, si hablamos tendremos desempleo, si caminamos tendremos violencia y asaltos, si pensamos tendremos angustias, si dudamos tendremos locura, si sentimos tendremos soledad…”

Esperamos tanto de la felicidad que la hemos hecho imposible, sin percatarnos que la felicidad más que un derecho es una obligación, es algo que tiene que ver de la piel para adentro nuestro y no de la piel para afuera, lamentablemente creemos que tiene mucho que ver lo que pasa afuera y lo que verdaderamente es importante es cómo vemos nosotros lo que pasa afuera. Un gran ser espiritual como la madre Teresa de Calcuta vivía en medio de la pobreza de aquellos niños que ella los llamaba “los siguientes” es decir que son los pobres que están después de los pobres y ni siquiera están conscientes de lo pobres que son, pero donde ella vivía y trabajaba se llamaba “la ciudad de la alegría” uno de los pueblos más pobres del mundo donde faltaba, por faltar, faltaba todo, menos alegría.

John Lennon comentaba: “Estamos muy preocupados por saber si hay felicidad incluso después de la muerte, mientras se nos va la vida sin aprovecharla. La felicidad es lo que pasa mientras estamos en otras cosas” y Anthony de Mello nos recalcaba que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente, creyendo que la felicidad es estar conforme con todo, estar alegre, contento y pasarla bien.

Para algunos la felicidad es esa competencia dañina que les hace aflorar lo peor del ser humano enseñándoles a odiarse tanto a sí mismos, por permitir que su actividad venga determinada por su competidor y no por sus propias necesidades y limitaciones, cuanto a odiar a los demás, porque lo que buscan es triunfar a costa de éstos. Viven en el arte de obtener dinero del que tiene valiéndose del voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros sacando provecho de estos dos para su beneficio individual. (O)

 

 

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