Día de la Madre / Editorial

Editorial, Opinión

Solamente evocar la palabra MADRE ya es motivo de honda satisfacción, de sentimientos que brotan desde la profundidad del alma, que motiva a experimentar ilusiones y sueños que nos conducen hacia los linderos de lo infinito y lo grandioso.

Cuando nos referimos a nuestras Madres, con identificación personal, surge un cúmulo de reacciones anímicas profundas, de recuerdos y de reminiscencias vividas desde cuando llegamos al mundo en condiciones precarias, dando pasos seguros al sostenido desarrollo integral en los aspectos espirituales, intelectivos, corporales.

En todos estos acontecimientos personales, nuestras MADRES tuvieron participación activa, desinteresada, protagónica, con una gran dosis de amor, como sólo una Madre sabe expresar. En los momentos de alegría y de gozo ellas estaban junto a sus hijos compartiendo. Y qué decir cuando las contrariedades, las enfermedades y los fracasos agobiaban nuestros cuerpos, nuestros corazones y nuestras aspiraciones. En estas circunstancias, nuestras Madres, con profundo dolor compartido, pero imbuídas de fe y de confianza en Dios, estaban listas a cualquiera sacrificio para librar a sus vástagos del sufrimiento.

En consecuencia, el homenaje a la MADRE es un acto de sentida gratitud a este SER sublime y grandioso que nos dio la vida. Este homenaje no puede ser único en un día convencional del calendario. Debe ser de todos los días y de toda la vida con demostraciones de amor sincero. Los hijos jamás deben olvidar a su Madres, más aun, cuando ellas han llegado a la ancianidad y más requieren del afecto filial. (O)

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