Yo los vendé, Dios los curó

En el París de 1535, el joven y muy humilde Ambroise Paré, considerado por muchos como el padre de la cirugía moderna, trabajaba como modesto practicante de cirujano-barbero, una clase inferior de cirujanos que aprendían su oficio de forma práctica, a diferencia de los «cirujanos de bata larga» que estudiaban medicina en las universidades. Tenía, sin embargo, un par de virtudes muy arraigadas: compasión y una insaciable curiosidad.
Dos años después, Paré se encontró en medio del horror de la Batalla de Turín con los gritos de los soldados heridos que perforaban el aire. Para desgracia de los lesionados, en aquella época, la medicina era más tortura que curación: vertían, por ejemplo, aceite hirviendo sobre la herida viva para quemarla y sellarla, una práctica brutal que convertía el dolor en un tormento insoportable.
Un día, sin embargo, el aceite se acabó. Desesperado, Paré improvisó un bálsamo con lo único que tenía a mano: yema de huevo, aceite de rosas y trementina. Aplicó la mezcla, con la certeza de que al amanecer encontraría cadáveres, pero cuando la luz del día bañó el campo de batalla vio lo imposible: aquellos tratados con su improvisado remedio estaban vivos, con menos dolor y sin signos de gangrena.
Y aquello fue solo el principio. Más adelante, el mismo Paré cuestionó las crueles prácticas medievales como cauterizar vasos sanguíneos con hierro al rojo vivo y sin sedación, utilizó en vez de eso ligaduras (amarres con hilo) para detener las hemorragias. Sus pacientes dejaron de morir desangrados.
Diseñó prótesis para amputados con mecanismos avanzados, escribió tratados médicos en francés en lugar de latín para que el conocimiento llegara a más personas, y revolucionó la cirugía de una forma que ningún académico de su época pudo ignorar.
Cuando la muerte lo alcanzó en 1590, sus últimas palabras reflejaron su filosofía: «Yo los vendé, Dios los curó.»
Una de las lecciones más importantes de esta anécdota completamente verídica es que Ambroise Paré no necesitó de algo o de alguien externo para hacer lo que hizo, más aún, la élite médica lo despreció por su condición humilde y escasa formación académica considerándolo un insensato y un hereje de la cirugía.
¿Qué hizo? La gran revolución de Paré consistió en no quedarse de brazos cruzados, cambió su forma de ver las cosas y como efecto inevitable cambió el mundo. Dicho de otra forma: él los vendó y Dios los curó.
Para quienes mueren esperando a que cambie el mundo, el libro Un curso de milagros también habla al respecto. Aquí un par de sus pasajes: “La salvación del mundo depende de ti y no de ese pequeño montón de polvo.” “Tu santa mente determina todo lo que ocurre. La respuesta que das a todo lo que percibes depende de ti porque es tu mente la que determina tu percepción de ello.” (O)