Viveza criolla, vergüenza nacional

Columnistas, Opinión

El reciente escándalo en Argentina, en el que se investiga a un grupo de médicos ecuatorianos por fraude en el Examen Único de Residencias Médicas 2025, representa un impacto directo en la confianza de todo un país. Las alarmas se encendieron el pasado 1 de julio, cuando fueron detectados resultados atípicamente altos y la posterior filtración de un video mostró a un aspirante filmando la prueba con un dispositivo oculto.

El uso de un avanzado sistema de copia con cámaras escondidas y mensajería en tiempo real para obtener respuestas durante el examen fue parte del fraude. El desenlace fue tan convincente como bochornoso: al repetir la evaluación, ninguno de los involucrados alcanzó la puntuación inicial. El gobierno argentino reaccionó con firmeza, presentando una denuncia penal y calificando el hecho como un atentado contra la administración pública y contra el principio de mérito que debe regir el acceso a la salud. El caso no solo desplazó a candidatos aptos, sino que también puso en riesgo la calidad de la atención médica y la salud de la población.

En Ecuador, a este tipo de comportamientos suelen llamarles “viveza criolla”. Un término aparentemente folclórico, casi cómico, que en realidad es corrupción disfrazada de picardía. Enrique Adum, en su obra, Ecuador: señas particulares, describió este fenómeno como una “chispa” socialmente aceptada para reírse del que se salta la fila, copia en un examen o burla las reglas. Pero no hay adorno lingüístico capaz de ocultar lo que es: fraude que erosiona la confianza y mancha el nombre de quienes actúan con ética.

No sorprende que instituciones de prestigio, como la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, busquen desmarcarse, presentando sus acreditaciones internacionales y ratificando su compromiso con una educación de calidad y principios éticos. Es un mensaje claro: no todo el mundo tolera conductas que degradan la profesión y la reputación nacional.

El verdadero daño no está solo en las sanciones judiciales, sino en el peso invisible que cargarán todos los ecuatorianos que estudian en el extranjero. Cada vez que celebramos la “viveza criolla” como astucia, pagamos con desconfianza, sospecha y puertas cerradas. El país no necesita más “vivos” que juegan con ventaja, sino ciudadanos que compiten con mérito, esfuerzo y honestidad. Porque, tarde o temprano, la viveza criolla deja de ser un chiste y se convierte en una condena social.(O)

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