VIRTUALIDAD Y HUMANIZACIÓN

Columnistas

En los últimos años, la sociedad ha experimentado un extraordinario
crecimiento tecnológico y científico y al mismo tiempo una pérdida profunda de
valores. Se da más importancia a las apariencias y las relaciones en línea.
Asistimos a un mundo virtual que socaba la sociedad en que vivimos, en donde
la humanidad se diluye entre la imagen y la superficialidad.
Si, el avance de la modernidad y el aparecimiento de las nuevas tecnologías
han interconectado más a las personas, pero sólo virtualmente, porque al
mismo tiempo estamos siendo aislados del mundo real. Cada día empleamos
más tiempo sujetos a los aparatos electrónicos y accedemos sin control a una
gran cantidad de información que hace que sepamos menos.
Poseemos muchos datos sin que podamos asimilarlos y sobre los cuales se
construye una sociedad irreflexiva, que asume como verdades absolutas
cualquier cosa que circula en internet. Convivimos en una red de apariencias,
de discusiones estériles, de tendencias impuestas que nos inducen a ser
simples consumidores.
Las redes sociales se han convertido en el centro de convergencia de nuestras
vidas, no importa la edad; niños, jóvenes o adultos, estamos atados a un
mundo virtual, aparentemente un medio fácil y accesible para comunicarnos y
ser visibilizados, en donde la intimidad de las personas se puede reservar sólo
hasta el límite que la persona lo permita.
Habrá quienes han podido a través de las redes sociales y el internet, paliar la
soledad, hacer amigos verdaderos, concretar negocios, encontrar grupos o
individuos afines a sus intereses, con quienes compartir sus experiencias.
Pero para muchos, los contactos personales que se hacen virtualmente son
superficiales. Contradictoriamente, mientras más conectados estamos y
acumulamos más “amigos” o “Likes” más solos nos sentimos, pues no existe
una conexión personal y somos incapaces de forjar una relación humanamente
completa, en donde se pueda mirar a la otra persona directamente a los ojos,
percibir su olor, escuchar su voz, tener un contacto personal, que fluya la
química y se pueda construir un enlace empático real.
Los cibernautas pretenden enseñar su mejor imagen, la que consideran podría
ser aceptada por los demás, la mejor fotografía, su agilidad mental, su
procacidad para la crítica y el comentario; es decir mostrar una visión
idealizada de sí mismos, sin dejar entrever los puntos débiles, las flaquezas del
alma, sus malos hábitos, sus debilidades humanas, como cuando se
encuentran las personas en vivo y en directo y las relaciones se retroalimentan
de los errores y fortalezas de cada uno. 

Quizá el temor de los jóvenes a la soledad ha hecho que estén
permanentemente interconectados, sin importarles que la tecnología les
arrebate la privacidad y la intimidad, haciendo de su “muro” el espacio en
donde se depositan sus tristezas y alegrías, sus frustraciones, sus mentiras,
sus deseos, sus valores, su silencio. Pero detrás de sus perfiles se acentúa un
sentimiento de soledad que clama por ser escuchados, comprendidos y
amados.
Es hora de recuperar los valores, restaurar la memoria cotidiana, que la
virtualidad no nos deshumanice. Las relaciones en las redes sociales y la
tecnología requieren un uso adecuado y cuidadoso, dejando espacio para
entretejer relaciones personales reales y directas. El estar interconectados sólo
virtualmente nos llenan los ojos, se ocupan las mentes, pero se vacía el
corazón.

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