Seamos imanes

Cuántas personas anhelan escapar de tanta podredumbre social. Cuántas desean que las guerras y la destrucción quedaran en el pasado; que todos quienes ejercen cargos públicos actúen con honestidad y transparencia; que la pobreza desaparezca y que delincuentes, sicarios y extorsionadores fueran apenas un oscuro recuerdo. Cuántas suplican vivir sin dolor, enfermedad o muerte. Cuántas quisieran no vivir en soledad y desamor.
Sin duda todos, en mayor o menor grado, hemos debido padecer estos tormentos, pero, ¿hasta cuándo? ¿Por qué tiene que vivir la humanidad condenada a soportarlo generación tras generación?, o será que, y perdón por lo arrogante de esta fantasiosa idea: nosotros, simples mortales, ¿tendremos en nuestras manos algún recurso propio que ponga fin a este inhumano sufrimiento, pero no lo sabemos? ¿Tal vez fuimos creados para transformar el mundo en un verdadero paraíso, pero no lo recordamos? ¿Somos los humanos capaces de obrar semejante milagro y lo hemos olvidado?
A riesgo de que me califique de atrevido e ingenuo soñador, esa posibilidad de cambiar todo lo malo -casi que en un abrir y cerrar de ojos- existe y no proviene del exterior ni responde al capricho de alguna petulante deidad; ese “algo” capaz de hacer posible lo imposible es el aliento que nace de lo más profundo de nuestra conciencia.
La respiración, ese acto fisiológico que realizamos de manera automática y casi siempre sin atención, resulta ser la puerta de acceso a las grandes transformaciones humanas. Y es que, aunque parezca un disparate, cultivar la atención en cada inhalación y exhalación abre el camino al autoconocimiento y éste a la paz interior. Claro, al principio esta respiración consciente no será la varita mágica que ilumine todo lo que toca, pero poco a poco y con constancia irá transformando profundamente mentes y corazones, y aquellos que lo hagan, aquellos que aprendan a respirar centrados en su yo interior, empezarán a ver el mundo con otros ojos. Así, en medio del caos, la respiración consciente se revelará como una semilla de paz y claridad desde donde florezca una humanidad renovada.
No debemos, sin embargo, confundir conceptos. La respiración consciente y consecuentemente el vivir enfocado en el ahora, no llevará a que cese la maldad en el mundo, al menos no de manera inmediata, pero, gracias a su nuevo estado de consciencia, usted decidirá verla desde la paz, y créame, ese es el verdadero y más grande milagro que puede obrar en su vida.
Ahora, imagine por un instante que este grupo de privilegiados no sea solo de unos cuantos, sino de millones alrededor del planeta practicando a diario el respirar con consciencia. En tal caso, ¿por qué ese jubiloso sentimiento de paz, armonía y amor infinitos no habría de expandirse como luz en medio de la oscuridad también para el resto de hermanos? ¿Por qué no habríamos de atraernos fuerte e irremediablemente cual imanes apostados uno cerca del otro?
Seamos esos imanes. (O)