¿Refundar el espíritu?

Columnistas, Opinión

¿Cómo está el espíritu de la humanidad contemporánea? Si estuviera bien me atrevería a decir y desear felicidad y prosperidad. Pero el caso es que hay que arrimarse a esta frase como cuando un niño suelta al agua su barco de papel  y le dice: feliz viaje y pronto retorno. ¿Cómo está el alma de quienes gobiernan el mundo para creerles sus deseos de felicidad y prosperidad para sus sometidos pueblos? Estados Unidos y Rusia deseando felicidad y prosperidad a Ucrania.  La OTAN enviando insistentemente sus amorosos misiles para que la paz reine en el mundo donde solo sobrevive el miedo que ha volado de los cadáveres que preocupa a la Cruz Roja y a la Media Luna Roja. China advirtiendo que no le fastidien su paciencia. Los niños de Siria buscando a sus dioses para entregarles su inocente alma. América Latina, el espacio de quienes huyeron de los imperios de antaño, boquiabierta como un niño que se impacienta a ver acción en las pantallas de sus celulares y en los noticieros de televisión, esperando las decisiones de los dueños del mundo. 

Pensé y me arrepentí de titular este comentario: ¿Renovar el espíritu? Porque toda renovación no significa sino fortalecer los mismos instrumentos, los mismos elementos de funcionamiento de un sistema. Me imagino como que a un motor desgastado se le cambiaran las piezas para que siga funcionando de largo el renovado y sofisticado sistema de barbarie en el que ha caído el espíritu humano. Por eso es que no me calza esto de pedir renovaciones, sino refundaciones. ¿Qué es esto de pedir consultas populares o cambios de constituciones surgidas de los intereses de las máquinas del poder? ¿Es pedir a la gente renovación o refundación? Los “repuestos” son eso, un cambio o actuallización de piezas que interesa al dueño de la máquina.

Pero pedir refundaciones espirituales a un pueblo y a un mundo contaminado de odios y contradicciones es tan grave como pedir que un ciego cambie de gafas, para  que deje de seguir en la tiniebla. A donde hay que apuntar es a que surja una nueva luz y se la defienda como la que más conviene a quien ha vivido supuestamente iluminado por lámparas ajenas que le han acostumbrado a sus reflejos y hasta han servido para sentimientos de gratitud a sus perversos obnuiladores. El desafío es sacar a un pueblo ciego de la neblina, sacar a un pueblo sordo a la audifonía de nuevas propuestas para refundar la dignidad humana, que quiero dejar como tarea a ilustres miembros de la Cruz Roja Ecuatoriana. Debe ser aquí más que en ningún otro espacio en donde debe renacer la fe en el surgimiento del ave fénix, después de los holocaustos que han dejado en cenizas a generaciones extinguidas. Una aureola distinta debe haber en los servidores de la Cruz Roja que cabalguen junto al Quijote tratando de enderezar los entuertos. (O)

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