Miss Universe y la ética en los negocios

Los concursos, por lo general, generan conflictos tanto internos como externos; sin embargo, los concursos de belleza profundizan aún más estas tensiones, especialmente en el interior de las mujeres que participan en ellos. Para Naomi Wolf, reconocida feminista y escritora, los concursos de belleza refuerzan un “mito de la belleza” que presiona a las mujeres a adaptarse a estándares irreales y que funcionan como un mecanismo de control social sobre ellas.
Comúnmente, estos certámenes disminuyen la libertad femenina y perpetúan la errónea idea de que el valor de una mujer está en su apariencia.
Sin embargo, estos concursos —en especial aquellos liderados por grandes empresarios e inversionistas a nivel mundial— han existido por décadas y parece que seguirán existiendo. No estamos en contra de aquello, siempre que se fortalezca el rol femenino desde un espacio que permita levantar su voz y tener una plataforma para visibilizar no solo su belleza física, sino, sobre todo, su belleza espiritual, su inteligencia y su preparación profesional para contribuir, a través de su obra, al desarrollo de la sociedad en general.
En el año 2024, todas las candidatas para Miss Ecuador estuvieron hermosas e inteligentes (la mayoría). Entre ellas nos dio mucho gusto ver a la bella Reina de Ambato 2022–2023, Ana Isabel Cobo, quien por su hermosura física, su capacidad intelectual y su determinación llegó a convertirse en Miss Grand International, representando a Ecuador en un concurso de alto nivel mundial. Dentro de ese mismo espacio se empezó a dar a conocer también Nadia Mejía, una mujer guapísima y muy dulce, hija del reconocido artista de los años 90, Gerardo Mejía, quien ahora goza de gran éxito con su emprendimiento de café “Rico-Suave”.
El año anterior, Nadia no calificó como Miss Ecuador, pero perseveró, reconociendo sabiamente que la clave del éxito es, precisamente, la constancia. Y este 2025, Nadia Mejía fue coronada como Miss Ecuador, lista para representar a nuestro país en el certamen de Miss Universe.
Este concurso mundial existe desde 1952 y es dirigido actualmente por la Organización de Miss Universe, con sedes en Tailandia y México, ya que JKN Global Group y Legacy Holding Group USA Inc. son las empresas inversionistas de Estados Unidos y México.
Este año, una de las máximas favoritas para ganar la corona fue nuestra representante, Nadia Mejía. Su desempeño impecable, su carisma y su don de gente cautivaron miradas durante todo el proceso en Tailandia; todos estábamos convencidos de que Nadia se llevaría la corona, lo que habría significado la primera victoria para Ecuador en este certamen.
Sin embargo, y para sorpresa de muchos, no fue así. Y una vez más quedó en evidencia un problema estructural: estos certámenes, más allá del brillo y la espectacularidad, arrastran sombras de intereses económicos, decisiones poco transparentes y sesgos que ponen en duda la legitimidad de sus resultados.
Quizás haya llegado el momento de preguntarnos seriamente si estamos dispuestos a seguir aceptando espectáculos globales que explotan la ilusión del mérito mientras funcionan bajo lógicas comerciales que poco tienen que ver con justicia o equidad. Miss Universe no solo es un concurso; es una industria millonaria donde la narrativa de la “belleza” sirve como vehículo para intereses empresariales que deciden, muchas veces a puerta cerrada, quién merece brillar y quién no.
Esto no le resta valor a Nadia Mejía ni a ninguna mujer que, con esfuerzo, entrega y profesionalismo, representa a su país con amor. Pero sí nos obliga a reflexionar sobre qué tipo de plataformas queremos seguir sosteniendo y cuál es el verdadero costo —ético y simbólico— de estos espectáculos que dicen celebrar la belleza, pero que, en el fondo, responden a las reglas del mercado.
El desafío está en construir espacios donde el talento, la integridad y el propósito prevalezcan sobre la conveniencia económica. Donde la corona no se compre, ni se negocie, ni se reparta entre inversionistas. Donde la justicia no sea un accesorio, sino la base misma del certamen. Solo entonces podremos hablar de verdadera belleza. (O)
