Manipuladores de la intención

Todo lo que hacemos o dejamos de hacer podría condensarse en una sola palabra: INTENCIÓN. La intención (buena o mala) que ponemos en cualquier actividad, aún si solo la mentalizamos y no la llevamos a cabo, es clave en nuestro papel en la vida porque esa intención es el motor que nos mueve, y las emociones, su combustible.
Sadhguru, un contemporáneo maestro espiritual de la India dice que la maquinación previa que tiene en mente una persona antes de perpetrar un asesinato, cada detalle que imagina: cuándo, dónde y por qué lo hará, de qué forma le provocará la muerte, cómo evitará que lo pillen, etc. conlleva más karma que el acto mismo de asesinar a su víctima, por la sola intención.
A propósito, hay una interesante anécdota en la que el legendario director de cine John Ford le pide al entonces muchacho Steven Spielberg que señale dónde está el horizonte en un par de cuadros abstractos que aquel tenía en su oficina. Spielberg, luego de pensarlo, responde: “en este está arriba y en ese abajo”. Ford le respondió: “Cuando puedas apreciar por qué está en la parte superior y por qué está en la parte inferior, es posible que te conviertas en un buen director.” Ford le enseñó, con este ejercicio, que un gran director no solo muestra algo, sino que decide lo que quiere que el espectador sienta a través de la intención consciente que crea incluso en los detalles más básicos del encuadre.
Al leer una buena novela, al ver una galardonada película, al contemplar un precioso cuadro o escuchar una impactante sinfonía, sabemos que todas ellas tuvieron como génesis la intención de emocionarnos ¡y vaya que lo han logrado! Por eso, escritores, guionistas, directores de cine, músicos y artistas en general son verdaderos maestros en el arte de inducir emociones a las multitudes.
Pero, ¿son solo ellos los grandes maestros? No. Ellos simplemente supieron llegar a una gran cantidad de gente, pero cada uno de nosotros también somos verdaderos maestros en manipular emociones propias y de terceros (claro, de grupos mucho más reducidos), pero no por eso, con estrategias menos eficaces.
Por lo tanto, si lo que siento depende directamente de la intención -propia o adquirida-, debería entonces centrar mi atención en esa causa (intención / pensamiento) para decidir cómo sentirme (efecto / emoción). Ejemplo: si durante el día mantengo una intención firme y decidida de que me pasen cosas buenas, ese solo hecho hará que vengan a mi mente emociones positivas, lo que a su vez reforzará mi intención inicial, convirtiendo mi vida en un bucle de excelentes sensaciones. Por otro lado, si alguien tiene la intención de ofenderme, lo conseguirá solo si acepto su intención, mas, como mi intención fue de positivismo, he decidido ya que la suya no me afecte.
La intención es, entonces, convertirnos en maestros de la manipulación de nuestras propias intenciones, valga la redundancia. (O)
