Malentendidos

Estuvieron casados 11 años, y ya desde hace tiempo se empezó a enfriar todo.
Un día fueron juntos al cumpleaños del socio de él. Claudia preparó su clásico postre de miel con
ese toque especial de coñac.
Llegaron, subieron por el ascensor y ya en el pasillo tocaron el timbre. De pronto, Claudia, con el
postre en brazos, siente que se le bajó una media. Apoyó el postre en una mesita del pasillo y se
agachó para acomodarse.
— ¡Ehhh, mira quién llegó! — gritó el socio, muy contento al abrir la puerta. Agarró al marido de
Claudia del brazo y lo hizo pasar. Pero a Claudia no. Ni la vio. La puerta se cerró. Claudia quedó
afuera. Con el postre en la mano.
Al principio le dio risa. Pensó: “Ahora se van a dar cuenta que no entré, se van a preocupar y van a
abrir todos avergonzados” Hasta tenía pensada una frase graciosa para decir cuando la
encontraran: — ¡Delivery de postres! — o algo así, y todos iban a largar una carcajada. El postre
pesaba, pero ella lo seguía sosteniendo. No quería arruinar el chiste.
Pero pasó el tiempo y nadie (¡nadie!) preguntó: “¿Y Claudia?” Y lo peor: su marido ¿cuántos
minutos hacía que había entrado? y tan campante, como si nada, ¡ni una señal de que le faltaba
alguien a su lado!
Pasaron 30 minutos y ya no fue gracioso. Era triste, dolía y era ridículo. Pasaron 54 minutos horribles. Claudia se quedó parada 54 minutos en el pasillo hasta que… sonó
su celular.
— ¿Dónde estás? — preguntó el marido, con voz alegre. ¡Feliz! Él estaba feliz.
— Afuera.
— ¿Cómo que afuera? ¿Todavía? ¿Y por qué no entraste?
— ¿Y para qué? — respondió Claudia.
— ¿Cómo para qué? No entiendo…
Se escucharon los cerrojos. El marido abrió la puerta.
— Delivery de postres… — dijo Claudia, y le alcanzó la torta.
Él se quedó helado, y por reflejo, la recibió.
— Tiene ese toque de coñac que te gusta. Adiós…
Claudia se dio vuelta y se fue a casa. Al mes, se divorció.
Así fue, 54 minutos que lo cambiaron todo.
Como este, hay un sinfín de malentendidos que nos amargan la vida no solo con quienes nos
interrelacionamos, sino incluso con Dios, con quien suelen ser más intensos y frecuentes.
El libro Un curso de milagros nos enseña que la mejor forma de comunicarnos con Dios es
aprendiendo a escuchar a nuestros hermanos: no sus palabras, sino su ser divino. Hay muchos
pasajes que hablan al respecto, uno de ellos dice: “El mensaje que tu hermano te comunica
depende de ti. ¿Qué te está diciendo? ¿Qué desearías que te dijera? Lo que hayas decidido
acerca de tu hermano determina el mensaje que recibes.”
Por eso, si lo que escuchas (o no) de tu hermano no es lo que esperabas, es porque tu ego aún te
domina. Invita al Espíritu Santo a tu vida y Él se encargará de transformar ese no en un sí. (O)