La violencia escolar no se resuelve con más asignaturas

Columnistas, Opinión

La ministra de Educación, Alegría Crespo, el año pasado anunció la reintegración de las materias de Cívica y Ética como eje transversal en la malla curricular educativa. La iniciativa busca fortalecer la formación ciudadana y ética de los estudiantes, promoviendo valores, principios y habilidades para la participación activa en la sociedad. El asambleísta Raúl Chávez de RETO, presentó un proyecto de ley para que de forma obligatoria se imparta en las aulas salud mental.

En medio del creciente debate sobre la violencia entre pares, el irrespeto hacia docentes y compañeros, y los preocupantes indicadores de salud mental en las escuelas, han resurgido propuestas que buscan incluir algunas asignaturas en el currículo escolar. Aunque estas ideas parecen sensatas y bienintencionadas, es necesario cuestionar si realmente constituyen una solución eficaz o si, por el contrario, nos distraen de atender el problema de fondo.

Incluir nuevas materias en el horario escolar puede parecer una respuesta lógica: si falta respeto, enseñemos civismo; si hay desinterés por el bien común, enseñemos ética; si se incrementan los problemas emocionales, impartamos salud mental. Sin embargo, esta visión reduccionista parte de una premisa equivocada: que los valores se enseñan igual que las matemáticas. La convivencia, el respeto, la empatía y el autocuidado no se aprenden únicamente a través de contenidos teóricos, sino principalmente mediante la vivencia, la práctica cotidiana y el ejemplo.

El aula no es un laboratorio aislado del contexto social. Si los estudiantes reproducen dinámicas violentas, individualistas o desconsideradas, es porque esas son las lógicas predominantes en su entorno: hogares fracturados, comunidades desintegradas, redes sociales que premian la agresividad, y una sociedad que ha normalizado la intolerancia. Pensar que una o dos horas semanales de una asignatura van a revertir esto es ingenuo.

¿Qué alternativas hay, entonces? En lugar de saturar el currículo con más contenidos, urge transformar la cultura escolar. Esto implica, en primer lugar, formar a los docentes para que puedan manejar conflictos, promover ambientes seguros, y trabajar desde el ejemplo.

La escuela debe dejar de ser un lugar donde solo se transmiten conocimientos y convertirse en un espacio donde se cultivan vínculos. Es fundamental fortalecer la tutoría personalizada, abrir espacios de escucha emocional, integrar proyectos colaborativos entre estudiantes, y fomentar el trabajo con las familias. La educación socioemocional no necesita una materia nueva, necesita permear todo lo que se hace en la escuela.

¡Estado, asuma su parte! El deterioro de la convivencia escolar refleja, en muchos casos, el abandono institucional: planteles sin recursos, sobrepoblación en las aulas, falta de psicólogos escolares, ausencia de programas comunitarios. Exigirle a la escuela que lo resuelva todo desde la cátedra es una forma de deslindarse de responsabilidades mayores. La educación se construye con coherencia, con compromiso y con comunidad. Convertirlos en asignaturas puede ser un complemento, pero no el centro de la solución. Si no entendemos esto, seguiremos combatiendo los síntomas sin sanar las causas. (O)

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