La chispa de lo ilimitado

Columnistas, Opinión

Vamos a suponer que se le pide imaginar hacer algo que nunca ha hecho, que tan solo había oído hablar al respecto, pero que jamás tuvo la oportunidad de vivirlo y sentirlo. Y así, con solo imaginarlo, debe describirlo en detalle, contar lo más realista posible esa experiencia, que quien escuche o lea sus palabras sienta en carne propia como si usted fuese un experto en el tema en cuestión. Ejemplo. Va a escribir sobre el beso, a armar una bella poesía en torno a ese gesto de amor que, en la práctica, no tiene idea cómo es porque jamás ha besado. ¿Cree que sea posible?

Pues sí, de hecho, es la historia real de una de las canciones más famosas del siglo XX: “Bésame mucho”, que fue escrita no por una artista consagrada, sino por una mujer de 24 años, criada en una familia y en una escuela de estricta fe católica donde incluso pronunciar la palabra “beso” parecía un pecado. La mexicana Consuelo Velázquez, sin haber sido jamás besada, escribió la melodía y la letra de tan icónico bolero.

La envió a la radio usando un seudónimo temiendo que la juzgaran por “saber demasiado” para una dama de los cuarenta del siglo pasado. Pero la canción estalló como una chispa en el corazón del mundo. Millones la cantaron. Su madre, sin embargo, se escandalizó: no quería una hija compositora… sino una monja.

Al poco tiempo, le ofrecieron contratos, fama, fortuna, pero la verdadera pasión de Consuelo no eran los reflectores, sino la música clásica. Llegó a componer más de 200 obras como pianista profesional, fue presidenta de la Unión de Compositores de México y diputada.

Bésame mucho ha sido traducida a más de 120 idiomas, interpretada por artistas consagrados como The Beatles, Sinatra, Presley, Plácido Domingo y cientos más, superando los 100 millones de copias vendidas oficialmente. Todo, desde el corazón de una mujer que no había sido besada nunca, pero que comprendía que el amor -como la música, como el arte, como la poesía- es creación innata y eterna.

“Consuelito”, como la llamaban, se ha convertido en el faro que nos recuerda una verdad trascendente: no necesitamos experimentar las cosas para comprenderlas a profundidad. La verdadera sabiduría, el auténtico crecimiento espiritual, reside en nuestra capacidad de sentir, imaginar y conectar con lo divino que se manifiesta a través de la creación, y que en el caso de Consuelo Velázquez, años después la llamó precisamente “una creación, un sueño, una fantasía sobre el amor”.

Así como Consuelo trascendió la experiencia física para tocar el alma del mundo, nosotros también podemos elevarnos más allá de nuestras limitaciones percibidas y manifestar lo extraordinario, reconociendo que la chispa de lo ilimitado reside ya en nuestro interior.  (O)

mariofernandobarona@gmail.com

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