Herodes sigue vivo y usa uniforme

Columnistas, Opinión

Dicen que Herodes murió hace más de dos mil años, pero en realidad solo cambió de uniforme. Ya no gobierna desde un palacio de piedra ni consulta oráculos: ahora despacha desde escritorios modernos y firma decretos en nombre del orden, la seguridad y la patria. Herodes ya no teme al nacimiento de un rey, teme a los niños pobres, a los que juegan fútbol en la calle, a los que cantan, a los que sueñan.

En Belén, Herodes mandó matar a todos los niños para proteger su trono. En Las Malvinas, nadie dio una orden escrita, pero la lógica fue la misma: eliminar lo que incomoda, borrar lo que no importa, desaparecer lo que no tiene poder. Cuatro niños —Steven, Nehemías, Ismael y Josué— no nacieron en un pesebre, pero crecieron en un barrio donde la vida vale poco cuando se cruza con botas y fusiles.

Los soldados de Herodes decían cumplir órdenes. Los de hoy también. Ayer llevaban espadas; hoy patrullan en camionetas. Ayer los niños fueron arrancados de los brazos de sus madres; hoy los subieron a la fuerza, los golpearon, los desnudaron, los torturaron. El método cambia, la crueldad permanece.

Herodes justificó su crimen con miedo. Los Herodes modernos lo hacen con discursos de guerra. Seguridad nacional, enemigo interno, caos: siempre hay una excusa solemne para matar niños pobres. Siempre hay silencio después.

Las madres de Belén lloraron sin justicia. Las de Las Malvinas caminan y nombran a sus hijos en voz alta para que no los maten otra vez con el olvido. No piden milagros, solo verdad, justicia y reparación. Algo que Herodes nunca entendió: que el poder no da derecho a decidir quién vive y quién desaparece.

En la Biblia, Herodes nunca pagó por su crimen. Hoy el país dice esperar una sentencia. No para vengarse, sino para afirmar que los niños no eran delincuente.

Porque cuando un Estado permite que Herodes camine libre, asesina su propia humanidad. Y mientras las madres lloran, el pueblo ensaya villancicos. Se celebrará el nacimiento de un niño perseguido por el poder (Jesús), olvidando la ironía: ese niño también fue entregado y crucificado con el aplauso del silencio colectivo.

Herodes sonríe desde algún despacho. Sabe que no hace falta ensuciarse las manos cuando la indiferencia hace el trabajo. Sabe que siempre habrá excusas, banderas y rezos para cubrir los gritos. Y mientras tanto, el país sigue adelante, convencido de que la tragedia es ajena, de que los muertos no eran nuestros.

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