Gran reto en la salud de los ecuatorianos

Columnistas, Opinión

En Ecuador, el sistema de salud pública se encuentra en una crisis profunda y sostenida. Las cifras oficiales y los reportes ciudadanos coinciden en mostrar una realidad alarmante: hospitales colapsados, turnos médicos que tardan meses, listas de espera para cirugías que superan los seis meses y un desabastecimiento crónico de insumos médicos esenciales. 

Más allá de la evidente falta de recursos y la mala administración, lo más preocupante es el estancamiento tecnológico y la casi inexistente innovación en los servicios sanitarios del país. La ambigua normativa actual, anclada en procesos obsoletos y poco funcionales, impide cualquier intento serio de modernización. La salud ecuatoriana necesita una reforma integral, partiendo desde el Ministerio de Salud Pública, con una revisión valiente de sus normativas que permita desmontar el precario sistema que hoy sufrimos.

Es fácil señalar culpables en este caos: la burocracia, los gobiernos de turno, la corrupción o la ineficiencia. Sin embargo, hay un actor fundamental que suele pasar desapercibido: el paciente, el usuario del sistema. Porque la salud no es una isla que depende únicamente del gobierno, del médico o del hospital. La salud es una cadena compleja, larga, técnica y, sobre todo, profundamente interdependiente. Los médicos, aunque visibles, son solo uno de los muchos eslabones. Es más, suelen ser los más expuestos, los que reciben las quejas, los que enfrentan el rostro del dolor sin contar siempre con las herramientas necesarias.

La cadena comienza mucho antes. Empieza en los proveedores: empresas que venden o alquilan insumos, desde una jeringuilla hasta un equipo de imagenología de alta gama. Todas ellas son parte vital del ecosistema, y ninguna lo hace gratis: son negocios, con costos, márgenes y sostenibilidad. Le siguen otros actores clave: enfermeros, laboratoristas, técnicos de imagen, personal administrativo que agenda citas, y personal de limpieza que debe estar especializado en higiene hospitalaria. Cada uno representa una inversión que ningún hospital —público o privado— puede evadir.

Cuando sumamos los costos reales de toda esta maquinaria humana y técnica, entendemos por qué la salud es costosa. Y por qué es una ilusión pensar que puede ser completamente gratuita y sostenible en el largo plazo. Países desarrollados como Estados Unidos aplican

cobros sistemáticos por servicios de salud. Canadá, con su admirado sistema universal, también reconoce la necesidad de cobrar, aunque sea de forma indirecta, para sostener la cadena de proveedores y personal.

Y dentro de esa cadena existen fallas graves. Los sobreprecios en los provedores, el abuso comercial en momentos críticos como la pandemia de COVID-19, cuando mascarillas y medicamentos se vendían a precios exorbitantes sin ningún tipo de regulación efectiva. 

Aunque existen normativas como las tarifas techo para medicamentos, su aplicación ha sido deficiente, cuando no inexistente.Podríamos profundizar aún más en cada una de estas fallas, buscar responsables en cada esquina. Pero ese no es el objetivo de este artículo. Lo que propongo es abrir una puerta de comprensión. Que la ciudadanía entienda que el mundo de la salud es complejo, técnico, costoso y lleno de interdependencias. Que los pacientes —todos nosotros—debemos conocer mejor cómo funciona este sistema si queremos exigir cambios reales y sostenibles.

Mejorar la salud en Ecuador es posible, pero no será fruto de la queja ni del voluntarismo. Requiere comprensión, voluntad política, inversión real, participación ciudadana informada y, sobre todo, una reestructuración profunda que empiece desde la raíz. Solo entendiendo el núcleo del problema, podremos imaginar un futuro distinto para nuestra salud.

Este artículo busca sembrar curiosidad. Abrir preguntas. Invitar a pensar y actuar. Porque solo con una sociedad comprometida y bien informada, podremos construir un sistema de salud digno, eficiente y sostenible para todos los ecuatorianos. (O)

Deja una respuesta