Funestas coincidencias

A pesar de que todos sabremos perfectamente a quienes me referiré a continuación, prefiero no decirlo abiertamente. Llámelo… capricho literario.
Desde sus comienzos (hace 18 años) hasta el día de hoy, una Agrupación Política (a la que llamaremos AP por las siglas), liderada por un individuo de nula moralidad, ha cargado a sus espaldas un sinnúmero de acusaciones públicas de abusos, picardías, autoritarismos, despilfarros y delitos de todo tipo cometidos por sus miembros.
Pero, esta inmundicia que pareciera ser un fenómeno exclusivo de las esferas públicas, ocurre también en una respetable institución del sector público-privado de la ciudad. Curiosamente la AP desde siempre y, esta institución durante la última administración, se convirtieron en dos gotas de agua en muchas de sus prácticas inmorales, ilegales y arbitrarias cometidas por sus presidentes y aupadas por unos cuantos de sus adláteres y que ahora, en ambos casos, les han dado la espalda.
Aquí, varias de sus funestas coincidencias. Mientras ostentaron poder los dos presidentes (el uno prófugo y el otro recientemente destituido) se creían amos y señores haciendo y deshaciendo a su antojo y capricho cual capataz de hacienda. Para ellos no había asamblea legislativa, consejo directivo u organismo alguno de contrapeso.
A ninguno le importó en lo más mínimo la ley o la norma, abusaron del poder poniendo en nómina a quienes les eran obsecuentes a sus particularísimos intereses y retirando a todo aquel que frenaba sus arbitrariedades.
Los dos, henchidos de vanidad mintieron en la cara, falsearon documentos y torcieron verdades solo por salirse con la suya. El efímero poder sacó a relucir sus miserias, cinismo, complejos y mitomanía a rabiar.
Al uno le fue bien con el verbo, al otro, escucharle hilvanar una corta oración provocaba vergüenza ajena; un «limitadito”, como solía decir uno de ellos mismo. Aquel de la AP, hábil con la palabra conquistó corazones, el otro, todo un rey de la ignorancia estribillada, perdía el poco respeto que creía tener cada vez que abría la boca.
El primero quiso continuar su legado de corrupción poniendo al “lelo” como su sucesor, al otro le bastó caminar junto a su desgarbado amigo para ser señalados como los “hermanos lelos”, mote que coreaban con hilarante entusiasmo propios y extraños cada vez que paseaban el cáncer de su inmoralidad por los blancos pasillos.
Estos dos expresidentes, cual si hubieran compartido vientre, coinciden exactamente en delirantes argumentos inventados, como el saberse inocentes de todas las acusaciones, endosar la actual crisis y galopante corrupción a terceros, creerse los “salvadores” y soñar con que su administración fue la mejor.
Uno y otro le hicieron un profundo daño a la empresa que condujeron y a su gente. En lo personal celebro que el tiempo, en ambos casos, esté ajustando cuentas por un mejor futuro para el país, así como para el bienestar de la ciudadanía de Ambato y la región. (O)