Enseñanzas de un símbolo malinterpretado

Columnistas, Opinión

En el imaginario popular, el término “Tío Tom” se ha degradado hasta convertirse en un insulto. Se usa para señalar a alguien que, por sumisión o lealtad excesiva, se muestra complaciente ante el poder, incluso a costa de su dignidad o de traicionar a los suyos. Sin embargo, esta interpretación tergiversada oculta la verdadera complejidad del personaje original creado por Harriet Beecher Stowe en su célebre novela La cabaña del Tío Tom(1852). Lejos de ser un símbolo de servilismo, Tom representa una profunda integridad espiritual y una forma poderosa, aunque silenciosa de resistencia moral.

Releer a Tío Tom desde su contexto original revela una figura muy distinta: no la de un hombre débil, sino la de alguien cuya fe y principios lo llevaron a enfrentarse, con valentía y sin violencia, a la brutalidad de la esclavitud. Su negativa a delatar a dos esclavas fugitivas, pese a las amenazas y castigos, es una muestra de una ética inquebrantable. Fue precisamente esa fortaleza moral la que lo convirtió en mártir, no en cómplice.

La novela de Stowe, escrita por una mujer blanca abolicionista en un contexto profundamente racista, se convirtió en una herramienta clave en la lucha contra la esclavitud. Tal fue su impacto que, según la tradición, el presidente Abraham Lincoln le dijo a la autora al conocerla: “Así que usted es la pequeña dama que escribió el libro que inició esta gran guerra”. Sin embargo, con el tiempo, las múltiples adaptaciones teatrales y caricaturescas del personaje diluyeron su esencia, reduciéndolo a una figura dócil y obediente. Esa deformación ha hecho que “Tío Tom” se utilice hoy como un término peyorativo, incluso dentro de comunidades negras, para señalar la traición o la pérdida de identidad.

Esta visión simplista ignora por completo el significado original del personaje. Tío Tom no era un traidor, sino un testigo del coraje moral frente a la opresión. Nos deja dos enseñanzas urgentes. Primero, que la resistencia no siempre se expresa con ruido o violencia; a veces, basta con no ceder la dignidad, incluso si eso cuesta la vida. Segundo, que reducir los símbolos históricos a caricaturas puede despojarlos de su fuerza transformadora. Cuando permitimos que una figura como Tío Tom sea sinónimo de sumisión, olvidamos su verdadero legado: un llamado a la justicia y a la empatía.

Hoy, cuando las luchas por la igualdad y la justicia siguen vigentes, es necesario recuperar estos matices. Honrar a Tío Tom es también reconocer a quienes, desde su propio contexto, han defendido principios con firmeza y sin concesiones. Como él, muchos hemos sido criticados por distintos sectores: feministas, comunistas, figuras de izquierda, por sostener posturas incómodas pero firmes. Mae Montaño, Hellen Quiñonez, Diana Salazar, Julia Angulo, Antonio Rodríguez: todos hemos encarnado, de alguna forma, las enseñanzas de ese personaje injustamente vilipendiado. Gracias, Tío Tom, por recordarnos que el coraje también se ejerce en silencio. (O)

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