El miedo

El miedo, a más de ser una emoción básica y natural, una respuesta intensa y desagradable ante una amenaza percibida, ya sea real o imaginaria que activa un mecanismo de supervivencia para protegernos, también se mezcla con la pereza, la comodidad, siempre trata de ganar terreno. El miedo es como un ejército invisible, oculto, organizado, paciente, se infiltra en nuestra mente. Espera nuestras dudas, observa nuestras debilidades, no nos ataca abiertamente, no necesita hacerlo. Su poder reside en la inacción, en la indecisión, en el silencio de los que se rinden antes de empezar. Mientras dudamos, mientras postergamos, mientras le escuchamos susurrar diciéndonos: ¡No puedes! el miedo crece. Ocupa terreno, toma posiciones, hace fuertes trincheras alrededor de nuestra confianza, nos ata sin cadenas, nos encierra sin barrotes y lo peor nos hace creer que es imposible vencerlo. El miedo tiene un patrón, Intenta distraernos con preocupaciones, con excusas, con comparaciones. Nos dice: «Espera un poco más. No es el momento. Podrías fallar y será terrible.» Cada frase es una mina que quiere explotar en nuestra mente. Cada duda sembrada es una trinchera más que coloca entre nosotros y nuestros propósitos. Y es fácil caer. Muchos caen, muchos se rinden, muchos permiten que el miedo avance sin disparar ni un solo tiro. Muchos dejan que la vida se les escape mientras el miedo festeja silencioso su conquista. El miedo es un enemigo silencioso, persistente, paciente, astuto que se camufla dentro de nosotros. Es como un enemigo que conoce cada rincón de nuestra mente y cada grieta de nuestro corazón. No se lanza al ataque inmediatamente. Espera, observa, infiltra, saborea cada rendición antes de que suceda. Su fuerza reside en la espera, en la duda, en la indecisión. Cada vez que titubeamos, cada vez que damos marcha atrás, cada vez que postergamos, él se fortalece. Es insistente, no conoce descanso, no cede ante palabras bonitas, no se derrite ante buenas intenciones. No llega con gritos ni amenazas. Se infiltra en nuestra mente con preguntas, con dudas, con escenarios imaginarios de fracaso. Nos hace sentir inseguros, insuficientes, pequeños. Nos susurra que no estamos listos, que no tenemos fuerza, que no podremos soportar la presión. Y si le damos espacio, se asienta. Construye fortalezas invisibles, trincheras que limitan nuestras decisiones, murallas que bloquean nuestro avance. Su poder radica en nuestra sumisión, en nuestra pasividad, en nuestra duda silenciosa.
El miedo se manifiesta de muchas formas: la pereza, la duda, la procrastinación, la inseguridad, la ansiedad, la comparación con otros, la necesidad de aprobación externa. Todos son vehículos que usa para detenernos, para que nos sintamos débiles, para que creamos que no somos capaces. Hace que caigamos en vez de actuar, hace que busquemos excusas mientras otros toman decisiones. Solo espera a que nosotros flaqueemos, a que titubeemos, a que nos rindamos. Se alimenta del abandono, del retroceso, de la duda y así va creciendo y construyendo fortificaciones en nuestra mente. Es silencioso, pero devastador. Pero, por suerte, hay como ganarle la batalla al miedo. La próxima semana compartiremos el antídoto a este monstruo que nos hace mediocres y quejumbrosos. (O)
