El arte de vivir

Columnistas, Opinión

En medio de la crisis social y la violencia que atraviesa Ecuador, la empatía se levanta como un gesto de amor al prójimo. 

Hace unos días atrás, dos mujeres fueron las protagonistas de un accidente de tránsito. Lo que muchos esperaban era escuchar gritos, reproches o insultos, sin embargo fue todo lo contrario, un ambiente de calma y serenidad. En lugar de ofensas, hubo un saludo cordial, palabras de calma y hasta un abrazo antes de despedirse. Ese instante, tan simple y tan humano, sorprendió a todos los presentes. En medio del caos cotidiano, la empatía se hizo noticia.

En estos tiempos hablar de empatía puede sonar idealista. Sin embargo, quizás sea precisamente lo que más necesitamos: volver a mirar al otro con humanidad.

Ecuador vive días marcados por la violencia, pero el mayor riesgo no es solo la inseguridad física, sino la emocional: el cansancio colectivo, la sensación de que cada quien sobrevive por su cuenta.

Ser empático en este contexto implica comprender que cada rostro tiene detrás una historia, y que esas historias aunque distintas nos conectan. El vendedor ambulante que madruga para alimentar a su familia, el joven que busca empleo, las personas que madrugan a su lugar de trabajo: todos viven una misma realidad fragmentada que requiere comprensión más que juicio.

Hemos normalizado la distancia. Vemos la pobreza como paisaje, la violencia como estadística, la corrupción como costumbre. Pero el arte de vivir y de convivir exige lo contrario: detenernos, observar, escuchar, volver a sentir. Solo desde esa sensibilidad podemos reconstruir un país herido, porque sin empatía no hay comunidad posible.

La empatía no borra las diferencias ni las injusticias, pero las vuelve visibles. Nos recuerda que no hay cambio social sin reconocimiento mutuo. Que el dolor del otro, aunque no sea el nuestro, también nos pertenece. Y que cuidar, respetar y escuchar son actos profundamente transformadores.

Ecuador necesita un cambio de mirada. Volver a creer que el otro no es una amenaza, sino un reflejo. Volver a valorar la vida en todas sus formas. (O)

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