De voceros del pueblo a gestores de intereses propios

Columnistas, Opinión

En muchos contextos sociales y políticos, los líderes sociales deberían cumplir  un rol fundamental como portavoces de las comunidades más vulnerables, llámense estos: indígena, afroecuatoriano y montubio. Representan los intereses de quienes históricamente han sido marginados y luchan por la justicia social, la equidad y el desarrollo sostenible. Sin embargo, en algunos casos, estos liderazgos se desnaturalizan cuando se utilizan con fines personales, lo que afecta gravemente su credibilidad y la confianza de las comunidades que representan. De manera puntual hablo de ASONE (Asociación de Negros del Ecuador), liderada por más de una década por el señor Daniel Cañola, quien se alinea a todo gobierno de turno. Cuando un líder social golpea las puertas de los ministerios o entidades gubernamentales, se espera que lo haga para gestionar soluciones colectivas: educación inclusiva, agua potable, desarrollo de empleo, vías de acceso, salud, y protección de derechos. No obstante, en más de una ocasión se ha evidenciado que estas gestiones están motivadas por intereses individuales, como la obtención de contratos, cargos públicos o favores políticos. Esto no solo traiciona el sentido original de su labor, sino que también debilita la lucha social que encarnan.

Este tipo de conductas alimenta el escepticismo ciudadano hacia los movimientos sociales. La comunidad, al sentirse utilizada o manipulada, se distancia, pierde la fe en la organización y muchas veces deja de participar activamente en los procesos de transformación. A nivel institucional, también se genera una percepción negativa que puede derivar en estigmatización generalizada de los líderes sociales, lo que es injusto para quienes sí ejercen su rol con integridad y compromiso genuino.

Además, estas prácticas desvirtúan la importancia de la incidencia política desde las bases. Un verdadero líder social debe estar motivado por el bienestar colectivo, por el servicio desinteresado y por la construcción de una sociedad más justa. El beneficio personal no debería ser el motor de su actuación, sino una consecuencia natural de una sociedad que progresa para todos.

Es fundamental que los movimientos sociales y las organizaciones comunitarias promuevan la rendición de cuentas y el liderazgo ético. La transparencia, la coherencia entre el discurso y la acción, y la responsabilidad con la comunidad deben ser pilares innegociables. Solo así se podrá recuperar y mantener la credibilidad ante las instituciones y, más importante aún, ante la ciudadanía.

En definitiva, la lucha social pierde su fuerza transformadora cuando se convierte en una herramienta para intereses particulares, lo cual perjudica tanto a la comunidad como a la causa que se dice defender, Filipenses 2:4 dice: «No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.» Esto enfatiza el principio del servicio desinteresado, el cual debería ser el motor de toda acción social y comunitaria. Es momento de fortalecer liderazgos afrodescendientes genuinos, capaces de resistir la tentación del beneficio propio y comprometidos con la causa colectiva. (O)

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