Cuando el discurso se acomoda a los hechos

“Los hechos son testarudos, y no desaparecen, aunque haya quienes pretendan acomodarlos”, sostenía Cicerón.
Pasado el tiempo, el mensaje sigue tan actual y certero. Permite advertir cómo, una suerte de pitonisas y adelantados en el tiempo, ahora modifican sus mensajes para sintonizar con la realidad. Por igual, facilita el acceso a la imprudente y mezquina amenaza y radicalismo de quienes, desde siempre, han alcanzado las dádivas por la fuerza de los hechos y nunca por la evidencia de la razón.
Es que, acomodar el mensaje después de los hechos puede ser rentable en el corto plazo, pero es devastador para el tejido cívico. Pues, la confianza se sostiene con verdad, no con ediciones convenientes del pasado y mucho menos con la insufrible imposición de una minoría desgastada que se resiste al cambio, para no perder sus canonjías y privilegios.
En Ecuador lo hemos visto repetidamente: analistas que, por ejemplo, en enero aseguraban que las “leyes de urgencia” serían un fracaso y hoy las celebran como el inicio de la seguridad ciudadana. Políticos que llamaban “dictatorial” al uso de la fuerza estatal y que, tras el repunte de la violencia, reclaman medidas aún más severas. Influencers que tildaban de populista cualquier consulta popular y ahora la presentan como la “voz del pueblo” cuando conviene a su alineamiento ideológico.
Lo real e indiscutible es que, en tiempos de crisis, abundan las adivinadoras modernas y los anticipados dispersos en el tiempo.
Hablan con tono profético, anuncian catástrofes o celebran futuros luminosos con una certeza que desarma al ciudadano común.
Pero el problema no es la anticipación –necesaria para el análisis político y social– sino la gimnasia discursiva que practican, cuando la realidad no coincide con su predicción: acicalan encuestas, ajustan mensajes, cambian el relato, se acomodan sin ruborizarse y aseguran que “eso era lo que querían decir desde el principio”.
Esta práctica, que bien podríamos llamar revisionismo exprés, erosiona la confianza pública y afecta el emprendimiento ciudadano. Limita las posibilidades del desarrollo y suspende la esperanza de días mejores.
Si cada comentarista o político puede borrar sus desaciertos a golpe de tuit o de una conferencia de prensa, se genera un círculo vicioso donde la rendición de cuentas desaparece y el oportunismo triunfa; porque se premia la habilidad para reacomodar el discurso y no la honestidad para reconocer los errores.
En lo dicho, el revisionismo exprés no solo acomoda relatos: acomoda conciencias. Y una sociedad que normaliza el olvido selectivo y lo vuelve práctica corriente, se convierte en terreno fértil para el engaño permanente. De ahí la urgencia de exigir memoria, coherencia y responsabilidad. Porque, al final, los hechos son testarudos, pero más testaruda debería ser la ciudadanía en su derecho a exigir la verdad.
Basta de intransigencias, amenazas, violencia y exabruptos.
Parece que el momento -históricamente- es propicio para revisar “posiciones inamovibles” y avanzar con nuevo paso por el bien de todos. (O)