Ciudad sumergida

Columnistas, Opinión

Tiempo: Tránsito inexorable hurgando la memoria, en la contradicción de saber que algún momento todo será historia, cuando no, olvido. Asunto que debería mover la preocupación para ser mejor aprovechado, en función de racionalizar su uso y goce.

Cuando la vida depara la oportunidad de servir a los demás, desde un espacio en el que, la educación y la capacitación de adultos constituyen un mecanismo válido para revisar aprendizajes y fortalecer conceptos, ideas y prácticas ciudadanas con apego a la ley. 

Cuando de cara a la moral, la ética y el “civismo democrático puro”, o sea, cuando las concejalías (por ejemplo) eran honoríficas, las diputaciones (recibían) solo dietas por sesión; y, el respeto primaba por sobre la ingratitud; un hecho, espontáneo y suigéneris condujo a advertir lo que vendría; y, no se hizo nada por frenar la andanada en marcha.

Si se pudiera desandar lo recorrido, seguramente muchos, lo harían -inclusive- devolviendo las “sugestiones innovadoras” que en su momento generaron ilusión y devinieron, en el gran desbarajuste global, que apostó por descentralizar no solo el discurso sino todo lo que se cruzaba por la mente, incluidas “conveniencias” y ni se diga “prácticas impúdicas y descomedidas”.

La férrea unidad nacional se erosionó, la planificación radicalizó al extremo de individualizarse, el presupuesto se fraccionó y la inversión se desnaturalizó. Hasta la solidaridad tomó un rumbo incierto y la cultura le acompañó, el arte se enclaustró y la palabra perdió significación, porque no pasó de ser una reiteración atemporal de inveteradas costumbres y prácticas sindicales o, revoluciones cinematográficas.

¡Entonces, el tiempo, se detuvo!

El mundo apostó por el reencuentro y se perdió en el abismo de la nada.

Bien podría leerse como una crítica a ideales que no se concretaron o como una reflexión sobre la fragilidad de los intentos humanos por sanar divisiones.

Cualquiera que fuere, simplemente no sobrevivió a la reflexión y menos a la intención.

Las organizaciones y la normativa internacional continúan ejerciendo su titularidad en el manejo de los hilos.

Los titiriteros, se han especializado y descentralizado también, para “acompañar” los despropósitos de ruptura de las sociedades frente al privilegio de la cultura de género.

Ahora, muchos “se perciben” y ninguno “se reconoce”.

Llegará el momento en el que los rostros dejen de reflejar el alma, porque el vecindario se habrá perdido y con él, las buenas costumbres, las prácticas ejemplares, los hechos solidarios, las voluntades expresas y la apuesta por un mundo mejor.

Caotizados, e inmersos en los baches circunstanciales del tiempo, no habrá mortero que amalgame una solución permanente a las inclemencias y a las ineptitudes.

¡Suena demencial, pero… si no despierta! La ciudad, seguirá sumergida en el ciclo de los ciegos. (O)

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