Alí Babá y los cuarenta

Alí Babá y los 40 ladrones, es un cuento transmitido de forma oral, de un autor anónimo, incluido en la colección «Las mil y una noches» en el siglo XVIII por Antoine Galland, traductor francés. En este relato, las palabras mágicas «ábrete sésamo» facilitan el ingreso a la cueva donde se guarda el tesoro.
Ábrete sésamo, parece haber sido también la clave que abrió las puertas de la Asamblea Nacional a decenas de parientes de legisladores: hijos, esposas, hermanos, primos… todos bien ubicados en cargos públicos gracias a su “casual” cercanía con quienes hacen las leyes y cumplen la función de fiscalizar.
El escándalo estalló la semana anterior, cuando el asambleísta Dominic Serrano, el más joven del Legislativo, fue captado dibujando caricaturas durante la sesión de la Comisión de Fiscalización. Lo que parecía una mera travesura del adolescente acabó por revelar la cueva: parientes suyos también laboran en la Asamblea y no sería el único caso.
Frente a la presión de la opinión pública, Niels Olsen, presidente de la Asamblea, anunció con coraje que separaría a 40 parientes de los legisladores y que promovería una reforma para evitar futuras contrataciones. Una cantidad tan simbólica que inevitablemente evoca la historia de Alí Babá. Sin embargo, aquí, los protagonistas no se ocultan; ocupan puestos a la vista de las autoridades.
Y mientras se trataba de cerrar esa cueva, otro suceso impactó al país: Santiago Díaz, asambleísta del movimiento Revolución Ciudadana, está bajo investigación por un supuesto caso de violación a una menor de edad. Una denuncia gravísima que debería ser tratada con total transparencia, responsabilidad y celeridad.
Más, como en los cuentos, la magia desaparece de forma inmediata. Al día siguiente de la declaración de Olsen, se conoció que únicamente 8 de los 40 funcionarios fueron desvinculados. ¿Y los otros 32? Todavía estarían cuidando el botín o esperando que pase el escándalo.
La Asamblea se encuentra una vez más en una situación oscura. Desvincular a algunos no basta. Es imprescindible transformar la cultura política, desmantelar el encanto del privilegio y permitir una auténtica ética pública. No se puede administrar lo público como si fuera un asunto familiar. A diferencia de los cuentos, los únicos que no viven felices son los ciudadanos de a pie. Y lo peor, para esta narrativa, aún no se escribe el final. (O)