Miserable traición

Columnistas, Opinión

La escena es cruel, dolorosa y sacude el alma: se lo ve cansado, sucio, hambriento; apenas mueve la cola lo que demuestra que está enfermo y viejo. Su mirada está clavada en un punto del horizonte, cada auto que se acerca es una esperanza, levanta su cabeza y las orejas; el carro pasa y él vuelve a su posición. Comienza la noche, hace frío, pero eso no le importa, pasan personas y las olfatea, a lo mejor queriendo encontrar ese olor familiar. Pasa la noche allí, al filo de la carretera, esperando…

Triste realidad, lo han abandonado de la manera más miserable que existe. Muchos de ellos deambulan por las calles y plazas, todavía con el collar que, algún día sus dueños compraron emocionados; hicieron grabar el nombre de “Astro” en una placa y al reverso el número de teléfono de su amo, seguramente, “por si acaso se extraviara”. 

Astro, camina en esa dirección, por donde se fueron, olfatea un rastro, nada. Tras un buen tramo de camino, llega a una casa, se emociona, pero no hay nadie, está igual que él, abandonada y triste. Un olor en el aire le dice que es comida, se escucha música, ruido, voces y el olor a carne asada; igual a la que hacía su amo en la terraza de su casa. Nadie le presta atención y él, afanoso busca a alguien especial olvidándose del hambre, pero otra vez… nada. Alguien bota unos huesos de pollo al suelo, para él son un manjar que los devora con ansiedad.

La miserable traición al fiel amigo; situación dolorosa donde el humano falla a la lealtad de su perro; lo abandona, porque dejó de ser el cachorrito bonito y envejeció. No se puede entender que el humano inteligente se deshumanice tanto y cometa semejante acto de crueldad extrema. Si a lo mejor el dueño hubiera tenido sensibilidad, compasión, la empatía para ver en la mirada de su viejo amigo el triste destino; sentir su dolor y sufrimiento, tal vez…tal vez. Pero no fue así, muchos los abandonan sin importarles la suerte del animal. Colombia acaba de dar el paso educativo más importante, el Congreso aprobó la «Ley de Empatía», una normativa que obliga a todos los colegios del país, públicos y privados, a enseñar protección y bienestar animal como una materia fundamental. Por acá estamos que le damos miedo al diablo.

Astro, con la mirada fija por donde sus dueños se fueron, permanece perplejo. Sin embargo, confía y espera. Pasarán las horas, los días… Y el continuará esperando, aunque sin comer ni tomar agua. Siente un dolor profundo y tristeza incomprensible que, con seguridad, lo llevará a la muerte. Aunque se pueda perdonar, la lealtad rara vez se recupera a su estado original. El abandono de un animalito es un acto cruel, cobarde y de gente muy miserable. Ellos siempre nos necesitan, en las buenas, en las malas y en las peores; cuando defendemos a los más frágiles, Dios también nos mira con ternura. (O)

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