Que pague el más pendejo… y en Navidad también

Columnistas, Opinión

Mientras unos se señalan entre sí con solemnidad republicana, discursos bien ensayados y dedos acusadores, alguien —al fondo— firma. Ese alguien no tiene cargo, ni escoltas, ni empresas. Es el pueblo. El más “pendejo”, según la lógica perversa del sistema. Y, como siempre, el único que paga.

El caso Progen encaja con precisión. En plena crisis eléctrica —cuando la urgencia apaga los controles y la emergencia sirve de coartada— aparece una empresa poco conocida, creada en Florida, beneficiaria de dos contratos por USD 149 millones. Todo legal, todo publicado, todo “transparente”, aseguran las autoridades. Transparente, sí, pero como vidrio empañado: deja pasar la luz justa para no ver demasiado.

Progen promete 150 megavatios para Quevedo y Salitral, pero ya arranca con retrasos. No concede entrevistas. No aclara quiénes son sus beneficiarios finales.  Pero no importa. Los papeles cuadran, las firmas están completas y el proceso fue “competitivo”. En tiempos de emergencia, la formalidad suele reemplazar a la prudencia, y el trámite sustituye al criterio.

Mientras los contratos vuelan en millones, el ciudadano común firma otra cosa: apagones, pérdidas productivas, costos adicionales, velas encendidas y generadores improvisados. Firma sin abogado. Firma sin opción. Porque el sistema está diseñado para que la responsabilidad se diluya entre ministerios, gerencias y comunicados oficiales, pero el costo siempre aterrice puntual en la casa del contribuyente.

La trama se vuelve aún más edificante cuando aparecen los intermediarios locales. Es costumbre. La confirmación de que en Ecuador la memoria institucional es corta y la tolerancia con la irregularidad, sorprendentemente larga.

Todo esto ocurre en diciembre, el mes en que celebramos el nacimiento de Jesús, símbolo de humildad, verdad, justicia y sacrificio. Ironías del calendario: mientras se predica el amor al prójimo, se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias. No hay milagro energético, solo la multiplicación de contratos opacos… y de facturas para el mismo de siempre.

Un país donde nadie se equivoca, nadie responde y nadie paga… excepto el pueblo. Ese que, disciplinado y puntual, vuelve a firmar.

Mientras tanto, el jefe de Estado se esfuerza en comunicar por X, con teleprompter —hecho por quién sabe quién— y pasea sin sobresaltos por Samborondón en un vehículo alto modelo, como si nada pasara. Y a pocos kilómetros de ese recorrido blindado, hay niños que esta Navidad sueñan, no con megavatios ni contratos, sino apenas con un carrito de juguete… y con luz para verlo. (O)

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