¿Ecuador no hace goles? Problema que va más allá de la cancha

La falta de gol en la selección ecuatoriana ha dejado de ser una anécdota ocasional para convertirse en un síntoma persistente. Pero como ocurre con los males deportivos profundos, no existe una sola causa. El déficit ofensivo es la suma de responsabilidades inmediatas, ligadas al entrenador y su planteamiento— y de un lastre estructural que arrastra el país desde la formación de sus futbolistas.
En el corto plazo, el cuerpo técnico tiene una influencia decisiva. Cuando una selección acumula empates sin marcar, algo se está rompiendo en el diseño del juego. Ecuador suele caer en planteamientos excesivamente conservadores, donde se prioriza no perder antes que arriesgar a ganar. La creatividad en el último tercio desaparece y los movimientos ofensivos se vuelven previsibles, sin sorpresa ni velocidad mental. A ello se suma una lectura tardía de los partidos: cambios que llegan cuando la urgencia ya pesa, jugadores fuera de posición o la ausencia de variantes que rompan defensas cerradas. Y, por si fuera poco, el bloqueo emocional: un equipo que juega con miedo a equivocarse difícilmente encuentra la portería. Al final, el entrenador es el traductor del talento disponible; si no hay gol, esa traducción está fallando.
Pero sería reduccionista cargar todo el peso sobre el banquillo. El verdadero problema —el más incómodo y difícil de resolver— está en la base. Las academias, muchas dirigidas por exentrenadores sin formación universitaria sólida, reproducen métodos anticuados donde la fuerza y la intensidad pesan más que la inteligencia táctica. A esto se suma una proliferación de carreras deportivas de “tercer nivel” obtenidas en apenas un año y de forma virtual, lo que evidencia un sistema que prioriza títulos, no conocimiento.
Ecuador produce jugadores físicamente privilegiados, especialmente de comunidades afrodescendientes, pero muchos llegan al profesionalismo sin una educación integral que fortalezca la toma de decisiones. Se entrena para correr, no para pensar; para chocar, no para definir. Mientras tanto, el mundo trabaja con neurociencia, análisis de datos, estímulos cognitivos y metodologías modernas que aquí todavía parecen un lujo.
Por eso Ecuador no hace goles. Porque el entrenador define si el equipo genera ocasiones, pero las academias y universidades determinan si existen delanteros capaces de resolverlas. Si el fútbol es hoy una de las profesiones más lucrativas del país, es hora de tomarlo con rigor técnico y científico: academias que dejen de ser negocios y centros de estudio que abandonen los atajos. Solo así, algún día, el gol volverá a ser una costumbre y no una rareza.
