Ser cantón no es la meta, es el inicio

Columnistas

Mientras la atención nacional se centraba en la consulta popular y en el pulso político entre el gobierno y la oposición, en el extremo norte del país ocurrió algo que, aunque parezca pequeño, tiene un enorme simbolismo: Borbón se convirtió en el cantón 223 del Ecuador.

Esta decisión es histórica para una población que, durante décadas, ha vivido entre el abandono estatal, la pobreza estructural y la violencia. El entusiasmo local es comprensible. Para muchos ciudadanos, ser cantón significa dejar el anonimato en un mapa, para convertirse en un territorio reconocido, con presupuesto, autoridades propias y planificación autónoma. A esto se suma la esperanza de tener agua potable, un hospital, vías transitables, seguridad y servicios básicos que parecen un lujo en la provincia de Esmeraldas. Todo esto, en teoría.

Sin embargo, conviene decirlo sin maquillaje: ningún cantón nace con obras hechas. Nace con papeles, no con alcantarillado. Nace con un decreto, no con recursos. Nace con ilusión, pero con limitaciones que no desaparecen porque el mapa político cambie.

Para los que promueven convertir una parroquia en catón debe quedar claro que, el cumplimiento de este sueño no garantiza la resolución de los problemas locales. Al contrario, para Borbón, empieza la parte más compleja. El nuevo Gobierno Municipal Descentralizado deberá construir institucionalidad desde cero; gestionar recursos ante un Ministerio de Finanzas que no cuenta con dinero para nada ni nadie; enfrentar la minería ilegal que corroe la zona; frenar el avance del narcotráfico que usa el norte de Esmeraldas como corredor; levantar obras atrasadas por décadas y evitar que el entusiasmo popular se convierta en frustración colectiva.

Tras la consulta, la realidad empieza a tocar la puerta. Ser cantón no es un premio; es un compromiso titánico. Los líderes e impulsores del proyecto deben estar a la altura de la situación y el Estado no puede repetir la costumbre de aplaudir la descentralización mientras deja en soledad a los territorios recién creados.

Los precursores de nuevos cantones deben saber que, el entusiasmo inicial se apaga debido a la lentitud de los trámites burocráticos, a los limitados recursos económicos y a que las obras anheladas tardarán mucho más de lo previsto. Cuando un cantón nace, se despierta una nueva esperanza. Ojalá esta vez el sueño no se convierta, como tantas otras ocasiones, en pesadilla.

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