El verdadero riesgo es quedarnos como estamos

Ya llegará un tiempo -corto, pero suficiente- para identificar y asignar responsabilidades de representación a ciudadanos capaces, valorados y legítimamente incluidos en las listas que partidos y movimientos presenten a consideración del electorado ecuatoriano. Serán ellos quienes, como asambleístas o diputados, asuman la tarea de pensar, proponer y construir un documento que -atento al clamor y expectativa poblacional- contenga la propuesta del pacto social que, finalmente, deberá ser refrendada o negada por todos.
Pero ese tiempo todavía no llega. Y es importante decirlo con claridad para evitar que la discusión pública sea desbordada por temores, atajos argumentales o lecturas interesadas: el 16 de noviembre no elegimos constituyentes, elegimos la posibilidad de abrir un espacio donde repensar el país. Nada más y nada menos.
La pregunta que se plantea al electorado ecuatoriano no es si preferimos a un grupo político sobre otro, ni si tal o cual figura debe asumir un rol protagónico en el rediseño institucional. La pregunta de fondo es si estamos dispuestos a revisar, con madurez democrática, las bases mismas del contrato social que nos rige. Y esa es una responsabilidad que antecede a cualquier cálculo partidista.
Durante años, Ecuador ha transitado entre crisis recurrentes, reformas incompletas, intentos de modernización abortados y un creciente desencanto ciudadano frente a la política. La Constitución -toda Constitución- es un organismo vivo, pero cuando la estructura institucional pierde coherencia interna, cuando la distribución de competencias se vuelve disfuncional, cuando el sistema de pesos y contrapesos deja de equilibrar el ejercicio del poder, el estancamiento se hace inevitable. Ahí estamos.
Por eso, una Asamblea Constituyente no debería entenderse como una concesión a las élites políticas ni como un salto al vacío, sino como una oportunidad para reordenar prioridades nacionales, actualizar derechos, fortalecer instituciones, revisar modelos de desarrollo y, sobre todo, recuperar la confianza en la democracia como herramienta de transformación colectiva.
Quienes se oponen a la convocatoria suelen advertir -a veces con razón, otras con evidente exageración- que una Constituyente podría convertirse en un espacio para el desorden o la manipulación. Pero vale recordar que el desorden institucional ya está aquí, que la manipulación ya existe y que la inercia es, probablemente, el peor camino posible. Aceptar la revisión constitucional no implica entregar un cheque en blanco; implica, más bien, exigir transparencia, vigilancia social y un proceso deliberativo a la altura de la ciudadanía.
La decisión del 16 de noviembre, entonces, es una decisión previa, preliminar, fundamental: autorizar, de manera consciente y deliberada, la convocatoria a una Asamblea Constituyente que nos permita dar el primer paso hacia un nuevo pacto social. No se trata de un acto de fe, sino de un acto de responsabilidad democrática.
Y si algo ha demostrado la historia política ecuatoriana es que los momentos de mayor avance se han producido cuando la ciudadanía ha decidido ser protagonista, no espectadora.
El desafío, de hoy, es atrevernos a imaginar un país distinto y abrir la puerta para que esa imaginación se convierta en proyecto. Decir SI a las preguntas del referéndum-consulta de este 16 de noviembre es DECIR SI AL CAMBIO, A LA REVISIÓN, A LA ENMIENDA Y DAR PASO AL PROGRESO, A LA SEGURIDAD, AL RESPETO, Y A LA POSIBILIDAD CIERTA DE TENER MEJORES DÍAS.
¡Digamos SI a la vida! Demos un paso adelante y que nadie nos detenga. (O)
