Nueva Constituyente 

Columnistas, Opinión

En el país se habla cada vez con más fuerza de convocar a una nueva Constituyente. La actual Constitución tiene aciertos y también vacíos, aunque es posible mejorarla. 

Dicho esto, hay reformas que merecen ser consideradas con seriedad. Una de ellas es el establecimiento de un parlamento bicameral. Es la oportunidad de elevar la calidad del debate legislativo y filtrar mejor el perfil de quienes nos representan. La experiencia ha demostrado que una sola cámara, con poca formación y abundante improvisación, termina debilitando la democracia.

Otro punto ineludible es el del Consejo de la Judicatura. Lejos de convertirse en un garante de independencia judicial, ha demostrado ser un órgano de control político directo sobre los jueces, cargado de escándalos y corrupción. Su eliminación es prioritaria, si en verdad queremos una justicia que no dependa de cuotas ni de favores.

Ahora bien, nada de esto será posible si la nueva Asamblea Constituyente repite el viejo error de llenarse de nombres sin preparación, oportunistas de coyuntura o simples fichas de partidos. Si el país se atreve a dar este paso, los constituyentes deben ser personas con conocimiento, capacidad técnica y, sobre todo, contacto real con el territorio. Una Constitución no se escribe desde escritorios lejanos, sino desde la experiencia viva de un país diverso y complejo. Además, no la escriben los asesores de los constituyentes o asambleístas.

El reto es enorme, porque una nueva Constitución puede ser el inicio de un nuevo capítulo, pero también corre el riesgo de ser otro episodio más en la larga lista de Constituciones creadas sin un fondo o propósito real, que solo se acumulan en la larga lista de cambios legislativos. 

En definitiva, una nueva Constituyente no es en sí misma la solución a nuestros problemas. Las leyes y las instituciones pueden cambiar sobre el papel, pero si quienes las construyen y las aplican no tienen ética, preparación ni compromiso con el país, volveremos al mismo punto de partida. El verdadero desafío no está solo en redactar otra Constitución, sino en recuperar la confianza, la calidad y la integridad de quienes dirigen al Ecuador. (O)

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