Luces y sombras / Editorial
La semana que termina ha sido especialmente significativa para el deporte ecuatoriano, y en particular para su expresión más popular: el fútbol. Las victorias de Liga de Quito e Independiente del Valle, que los han llevado a las semifinales de la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana respectivamente, han despertado el entusiasmo de una afición que ve, cada vez con mayor convicción, al fútbol nacional disputando un lugar en la élite sudamericana.
No es casual que los equipos protagonistas de estos logros compartan una estrategia común: una fuerte apuesta por las divisiones formativas, inversión en educación, nutrición, salud física y mental, y un compromiso real con la calidad de vida de los jugadores y sus familias. Estos factores han permitido que el talento natural del deportista ecuatoriano alcance su máximo potencial.
Sin embargo, este momento de gloria convive con una preocupante amenaza que no puede ser ignorada. Los tentáculos de la delincuencia organizada han empezado a contaminar el campeonato ecuatoriano, con sospechas de amaños de partidos, apuestas ilegales e incluso hechos de violencia extrema se han encendido todas las alarmas.
El fútbol ecuatoriano tiene una reputación de transparencia y honradez. Es responsabilidad de todos —autoridades, dirigentes, jugadores y aficionados— proteger ese legado. (O)