EL TERCER GRUPO

Columnistas

Suponiendo que los pescaran infraganti, muchas esposas, a la primera de bastos, decidirán separarse al descubrir a su pareja en amoríos con otra mujer; otras, les darán más de una oportunidad; y, un tercer grupo (pequeño en comparación con los dos anteriores) preferirán mantener a su hombre al lado -por siempre y para siempre- a pesar de los incesantes y descarados agravios en su contra. Insisto, esto si son sorprendidos en flagrancia, porque si solo son rumores, los “don juanes” probablemente no dudarán en inventarse mentira tras mentira para tratar de salir bien librados.

Las primeras no se andarán con rodeos: “a mí no me vas a ver la cara de tonta” dirán y sin más los mandarán a volar ipso facto. Las segundas, tendrán que aprender “a las malas” una y otra vez hasta que finalmente acepten que por ahí no es. Con el tercer grupo, sin embargo, ocurre algo curioso: ellas al principio tal vez se enojen y reclamen, pero a la enésima infidelidad solo se harán las desentendidas prefiriendo aguantar la permanente humillación.

En los dos primeros casos hay dignidad, amor propio y valentía: no es fácil despedir para siempre a quien se eligió como pareja de por vida. En cambio, de más está decir que aquellas que permiten que su orgullo de mujer sea pisoteado son personas que no se respetan, no se valoran, carecen de dignidad, y que seguramente lo harán por algún interés oculto.

Bueno, todo esto es exactamente lo que pasa con los seguidores de la Revolución Ciudadana quienes, con sobra de méritos, pertenecen al tercer grupo, ese que sin inmutarse defiende, protege y respalda a un delincuente sinvergüenza y prófugo de la justicia que desde hace 18 años consecutivos no se ha cansado de mentir, engañar y confundir casi a diario. Es tanto el cinismo que varias de sus habladurías ya han rayado en la burda torpeza de inventarse, por ejemplo, aquello de la tinta transferible.

A pesar de las numerosas y aplastantes pruebas, todas y cada una de las acusaciones (que desde hace casi dos décadas suman ya varios cientos) las han negado una por una, jamás tuvieron la decencia de aceptar ni una sola de ellas.

Pero, tal como con el tipo que vive engañando a su mujer de mañana, tarde y noche, la culpa ya no la tiene él, sino quien se lo permite. Con los borregos es lo mismo, es tanta la alcahuetería, que los delincuentes delinquen a sus anchas porque saben que tienen un grupo, el tercero, que jamás les va a reclamar ni a hacer escándalo y que más bien les apoyarán electoralmente.

A esos ciegos seguidores del correísmo, igual que a la mujer indigna, ya no les importa nada porque ya lo perdieron todo: vergüenza, respeto, formas, pudor, dignidad. Lo saben todo, pero no lo quieren aceptar.

Ojalá algún día cale en ellos la tamaña indignidad que significa pertenecer al tercer grupo.

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