Inversión Extranjera Directa (IED): un imperativo impostergable 

Columnistas, Opinión

Es imposible pensar en el futuro económico del Ecuador sin poner sobre la mesa el papel de la inversión extranjera directa (IED). No se trata de un simple indicador macroeconómico: es el pulso de nuestra capacidad para generar empleo de calidad, modernizar industrias y competir en un mercado global que no espera a nadie. En tiempos de contracción global y retos internos, la IED no es una opción; es una necesidad urgente.

La fotografía reciente es preocupante. En 2024, la IED alcanzó apenas entre USD 232 y 318 millones, el nivel más bajo en más de una década. Mientras tanto, países vecinos captan miles de millones, atrayendo capital que podría estar generando valor en nuestro territorio. Sí, el primer trimestre de 2025 mostró un repunte del 17% frente al año anterior, impulsado principalmente por la minería, pero esto no debe engañarnos: un trimestre positivo no borra años de rezago.

El inversionista extranjero es pragmático: busca seguridad, reglas claras y un entorno donde la energía no sea racionada y los trámites no se conviertan en un maratón burocrático. Lamentablemente, Ecuador ha fallado en ofrecer estas condiciones de forma consistente. La crisis energética de 2024, sumada a la inseguridad y a una tramitología asfixiante, han sido obstáculos tan visibles como evitables.

Lo que está en juego no es solo atraer capital, sino decidir qué tipo de país queremos ser. Si aspiramos a una economía diversificada y resiliente, debemos apostar por políticas que garanticen seguridad jurídica, infraestructura confiable y agilidad administrativa. El TLC con China y las tendencias de nearshoring son oportunidades que, bien aprovechadas, pueden multiplicar la llegada de inversión en sectores estratégicos como agroindustria, energías renovables y servicios globales.

Pero la estrategia debe ser coherente. No sirve de nada anunciar incentivos si las reglas cambian con cada administración. No basta con abrir la puerta a los capitales si no preparamos al talento local para integrarse en las cadenas de valor. Y, sobre todo, no debemos conformarnos con atraer inversión; debemos asegurarnos de que genere encadenamientos productivos y beneficios tangibles para las comunidades.

En definitiva, la IED no es la panacea, pero sí una palanca imprescindible para mover la economía ecuatoriana hacia un futuro más próspero. El reto no es convencer al mundo de que Ecuador tiene potencial; es demostrárselo con hechos, día tras día, con políticas serias, estables y enfocadas en resultados. El tiempo para actuar no es mañana. Es hoy. (O)

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