El arte de amar

He tomado como punto de partida el título de un libro del reconocido psicoanalista Erich Fromm, “El arte de amar”, en el que se analiza filosófica y psicológicamente la naturaleza del amor. Fromm sostiene que amar no es algo que simplemente “sucede”, sino una capacidad que debe cultivarse, como se cultiva cualquier arte u oficio. Como el artista que perfecciona su técnica, estilo, se fija en el detalle, perspectiva y composición.
En este proceso de análisis surgen en mí una serie de interrogantes, que espero tener una respuesta: ¿Es el amor parte esencial de la naturaleza humana, o una construcción cultural que ha sido idealizada? ¿Es una fuente de sentido o, en ocasiones, una trampa disfrazada de redención? En cualquiera de estos casos, lo cierto es que el amor no puede entenderse únicamente desde la emoción o el deseo, implica también pensamiento, autoconciencia, aprendizaje, un trabajo arduo que carece de remuneración. Amar, entonces, no es solo un acto de afecto, sino una forma de habitar el mundo y de enfrentarse a lo más radicalmente humano: la vulnerabilidad.
Esta vulnerabilidad que deja de manifiesto la sombra, ese lado oscuro de la psique. Tal vez por eso el amor sea también un milagro, como decía Fromm, porque exige lo que más tememos ofrecer: nuestra verdad sin máscaras, nuestra entrega sin garantías. Y en esa entrega, cuando es libre y genuina, puede revelarse como una de las formas más auténticas de libertad, es decir se reconoce que amar también implica confrontar nuestras heridas, nuestras carencias infantiles, nuestras formas inconscientes de relacionarnos.
Amar bien supone un trabajo interno, una disposición al autoconocimiento y, muchas veces, a la reparación. No se trata solo de buscar el amor fuera, sino de comprender lo que hacemos con él cuando lo encontramos. (O)