Tungurahua recuerda 76 años del terremoto

Titulares

Eran pocos minutos pasados de las 14:00 horas del 5 de agosto de 1949 cuando un estruendo estremecedor sacudió la provincia de Tungurahua, marcando el inicio de uno de los desastres naturales más devastadores de su historia. Han pasado 76 años desde aquel día trágico que cambió para siempre el rostro de la región.

El epicentro del terremoto se ubicó al sur del Nido Sísmico de Pisayambo, en el sector conocido como Pelileo Grande, hoy también llamado “el derrumbo”. El sismo alcanzó una magnitud de 6,8 grados y tuvo una profundidad de 15 kilómetros, lo cual provocó una destrucción masiva en varios cantones de la provincia.

En una época sin tecnologías de comunicación ni infraestructura de emergencia desarrollada, el dolor se multiplicaba por la angustia de no poder contactar a familiares. Los sobrevivientes, entre escombros y lágrimas, tardaron horas e incluso días en reencontrarse con sus seres queridos; muchos de ellos ya sin vida.

La cifra oficial de víctimas fue estremecedora: más de seis mil personas fallecidas, más de 100 mil quedaron sin hogar y un área de 1.920 kilómetros cuadrados resultó afectada por el desastre. La tragedia no solo destruyó viviendas, también desgarró el tejido social de comunidades enteras.

La reconstrucción de las ciudades tungurahuenses quedó en manos del arquitecto Sixto Durán, quien lideró el proceso para levantar nuevamente los cantones afectados. Desde entonces, Tungurahua comenzó un lento pero firme proceso de recuperación y transformación.

Hoy, 76 años después, se recuerda aquel fatídico día no solo con dolor, sino también con profundo respeto por la resiliencia y fortaleza de los tungurahuenses. Ese espíritu de lucha permitió reconstruir comunidades y crear un legado de unidad, memoria y superación.

Cada aniversario es una oportunidad para honrar a quienes perdieron la vida y a quienes, desde los escombros, encontraron la fuerza para volver a empezar. El terremoto de 1949 no solo marcó una tragedia, sino también el renacer de una provincia que se niega a olvidar, pero también a rendirse. (I)

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