Show Legislativo

Columnistas, Opinión

La Asamblea Nacional es una pasarela de condenados, procesados y fugitivos, a quienes no solo se les recibe en comisiones y sesiones plenarias, sino que además se les concede el micrófono para «colaborar con la verdad». Claro, sin evidencias. Parece que la fiscalización funciona como un programa de chismes de entretenimiento de bajo presupuesto. Cada vez más lejos de ser un espacio serio de control político.

El 13 de mayo de 2024, Rony Aleaga, antiguo integrante de los Latin King, miembro de Alianza País desde el 2006 y asambleísta después de la destitución de Sofía Espín en 2018, apareció mediante videoconferencia, pero no pudo comunicarse debido a dificultades técnicas. A pesar de todo, su presencia bastó para que la exfiscal general Diana Salazar abandonara el pleno, mientras comparecía por los casos Encuentro y Poder Policía. “No me voy a prestar para el show”, declaró. Y tenía razón: apenas empezaba el espectáculo.

En contextos distintos, pero realidades parecidas, la semana anterior, Daniel Salcedo, con más de 30 años de condenas acumuladas por delitos como corrupción hospitalaria, lavado de activos y fraude procesal, fue llevado a la Comisión de Fiscalización como si se tratara de un maestro de moral. No entregó ninguna prueba, pero repartió acusaciones con soltura, como quien lanza piedras desde un tejado de cristal.

Ahora, Xavier Jordán, uno de los procesados clave en el caso Metástasis, presunto socio del narcotraficante Leandro Norero y administrador de sus bienes mientras estaba preso. Jordán pidió ser escuchado por vía telemática. Aunque aún no ha sido sentenciado, tiene un largo historial judicial y es pieza central de una trama que mezcla justicia, narcotráfico, poder económico y político. La cita no se llevó a cabo porque es prófugo de la justicia ecuatoriana.

En lugar de fortalecer la transparencia, la Asamblea prefiere recibir a personajes con graves cuentas pendientes que intentan limpiar su imagen o ajustar cuentas personales. Este desfile de “colaboradores” sin pruebas convierte la función legislativa en espectáculo absurdo y debilita la confianza ciudadana.

Los legisladores parecen olvidar que están en un Parlamento, no en una sala de audiencias del crimen organizado. Ecuador necesita instituciones firmes, no teatros para el canje de favores político-judiciales. Necesita hechos, no monólogos sin sustento. Y, sobre todo, necesita una Asamblea que actúe con dignidad. No es saludable convertir el control político en una mala novela. El país merece más. (O)

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