EL CUERPO

Columnistas, Opinión

De acuerdo con el libro Un curso de milagros, lo único que es real es el amor eterno,
divino e infinito, todo lo demás (dolor, sufrimiento, caos, muerte, etc.) es ilusión, un
invento de nuestra mente, un sueño. Pero este concepto, necesario para explicar lo que
viene a continuación, lo dejaremos para analizarlo en otra ocasión con más detenimiento
porque ya veo algunos rostros que se debaten entre la perplejidad y el desconcierto.
Hasta tanto, le invito cordialmente a asumir que efectivamente es así, al menos mientras
dure esta lectura.


Pero hay más: el cuerpo como tal también es una ilusión. Sí, a pesar de que lo ve, lo toca
y lo siente, es irreal precisamente porque, contrario al amor que es eterno, este tiene
forma, o sea, es finito, tiene principio y tiene fin; además, por sí mismo no piensa, no
decide, no enferma, no sana, no siente placer ni dolor. Y si el cuerpo no hace nada de
eso, entonces ¿quién lo hace? Lo hace usted, no como ‘fulano de tal’, sino como la
energía que es. Nosotros somos la causa y el cuerpo el efecto, en otras palabras,
nosotros ordenamos, el cuerpo obedece, no al revés.


Ahora bien, con este antecedente, usted podrá deducir: si soy yo el que mando y no mi
cuerpo, ¿por qué no tengo control total sobre él y siento dolor, enfermo y muero? Simple:
porque usted se niega a aceptar que es energía, e incluso aceptándolo, en la práctica aún
sigue creyendo que quien lo domina es él y no usted a él. Fíjese que digo: “aún sigue
creyendo”, es decir es usted, con su mente y pensamientos, quien otorga (o resta) poder
a sus creencias.
Y no lo culpo, porque hemos pasado toda una vida tan ciegamente enfocados en darle
valor a algo limitado, vulnerable y mortal, que desechamos instintiva y automáticamente
nuestra verdadera identidad eterna como espíritu.


Sin embargo, el Curso nos pide que no neguemos el cuerpo, sino más bien que lo
usemos como un recurso de aprendizaje y crecimiento espiritual redireccionando su
propósito, o lo que es lo mismo, restándole poder al cuerpo y otorgándoselo a la energía a
través de nuestra intención y pensamiento. Si hasta ahora el propósito del cuerpo era tan
banal como ser solo una ventana a mil sensaciones, el redireccionamiento deberá estar
encaminado a descubrir a través de él la infinidad de potencialidades energéticas que nos
pertenecen y están dormidas. Pregúnteles, si no, a los miles de yoguis y gurús quienes a
través de los tiempos llegaron a hacerlo de maneras increíblemente asombrosas. ¿Por
qué usted no podría?


Concluyamos pues, que la verdadera utilidad del cuerpo reside en la función que nuestra
mente le otorgue: si quiero que enferme, enfermará, si quiero que sane, sanará. Así, el
cuerpo puede convertirse en nuestra peor pesadilla o en el mejor vehículo para la
iluminación. (O)

Deja una respuesta